MADRID 16 Oct. (OTR/PRESS) -
Un programa electoral debiera ser un acta de compromisos con los ciudadanos. Se ha convertido en una subasta de promesas imposibles para captar la voluntad de los electores. Los gobernantes, cuando ocupan el poder, rectifican esos compromisos aludiendo imprecisamente a un cambio de la circunstancias que les obligan, supuestamente, a desvincularse de sus promesas.
Los programas electorales falsos debieran tener el límite de la ofensa de la inteligencia de los ciudadanos. No se puede prometer lo contrario de lo que se ha hecho sin que la indignación se instale en los receptores de los mensajes. Y sin embargo suele ocurrir constantemente.
Alfredo Pérez Rubalcaba es un político sólido. Y está dilapidando su prestigio con un vademecum de propuestas electorales que chocan con radicalidad con su trayectoria. Prometer lo contrario de lo que ha hecho es precisamente eso, una ofensa a la inteligencia de los ciudadanos.
Rubalcaba es el artífice de la colisión con el ministerio de Igualdad. Bibiana Aído era firme defensora de suprimir los anuncios de sexo en los periódicos diarios. Y Alfredo Pérez Rubalcaba, comprometido con intereses editoriales, siempre se opuso a esa medida. Fue, como vicepresidente del Gobierno, el gran protector de Elena Salgado, vicepresidenta económica que con más empuje a defendido las medidas de ajuste económico sin tocar nunca a los poderosos.
Ahora Rubalcaba promete suprimir los anuncios de relax a lo que se opuso. Y la "dación en pago" de las hipotecas, cuando el PSOE ha votado dos veces contra esa medida en el Congreso de los Diputados.
Alfredo Pérez Rubalcaba no puede desvincularse de su propia trayectoria. Si se está en un gobierno, nada menos que en calidad de vicepresidente, no se puede dar a entender que la responsabilidad de las medidas contradictorias con sus actuales promesas eran en exclusiva del presidente del Gobierno.
No tiene crédito que ahora Rubalcaba diga que sí a todo lo que dijo que no, incluso "quitar privilegios a la Iglesia" o suprimir el canon digital. No cuela.
Sería mucho mejor que Rubalcaba no caiga más en contradicciones entre lo que ha hecho y lo que promete hacer, sólo porque empieza a parecer presa de una desesperación patética.