Actualizado 04/01/2007 01:00

Carlos Carnicero.- El vídeo de Sadam

MADRID 4 Ene. (OTR/PRESS) -

Aquello fue como un linchamiento del Far West. Incluso altos cargos del Gobierno iraquí grabaron la ejecución de Sadam Hussein mientras los verdugos jugaban con el reo, conminándole a viajar rápidamente al infierno, en expresión literal de quien debajo de su capucha apretaba la maroma. La liturgia trágica de la pena capital se tornaba en una verbena de pueblo mal avenido. Ni siquiera ha quedado espacio para la solemnidad. Toda una escenografía para representar el último acto de la invasión de Irak en el que se ejecuta al tirano en medio de la autocomplacencia de los paisanos que piensan que la ley del talión es el remedo de la gran tragedia en que se ha convertido Oriente. Muy al estilo del viejo Texas que tanto le gusta al presidente de los Estados Unidos.

Caía el cuerpo de Sadam Huseín, compaginando la gravedad con la presión de la soga, y se llegaba a la cifra mágica de tres mil soldados norteamericanos muertos en un campo de batalla que cada vez tiene los límites menos precisos. Este año se calcula que han muerto en Irak por lo menos dieciséis mil iraquíes, la mayoría de ellos civiles, pero con el vídeo del tirano pendiente de una cuerda, la metodología publicitaria en la que basa George W. Bush su política parece darle réditos suficientes para pensar en atacar Irán.

Hay días en los que pienso que el oficio de gobernante goza de una gran impunidad si los soportes que le mantienen en pie permanecen intactos. A George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar nadie les juzga por la gran locura que promovieron en Irak solo porque los damnificados no tienen capacidad para organizar un tribunal con atributos para interpretar esa partitura legal. Caer en manos de un verdugo indecoroso requiere perder la confianza de quien permitió que se constituyera en tirano.

No es casual de que a un sátrapa consumado como Sadam Hussein se le haya condenado por la matanza de un centenar de kurdos. El gas mostaza se lo vendió una multinacional occidental cuando Irak era una pieza interesante de la política norteamericana. Pero a aquel contrato político suscrito por Sadam Hussein con el país más poderoso de la Tierra le faltaba una cláusula que determinase que cuando aquella alianza dejará de tener interés para los norteamericanos, los verdugos, al menos, fueran de confianza.

Carlos Carnicero.

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