MADRID 2 Sep. (OTR/PRESS) -
Bolivia es un universo tan diverso como Europa. En el altiplano, las etnias Aymará y Quechua observan todo con el recelo ancestral de quién siempre estuvo engañado y utilizado: en las crueles minas de Potosí o en las heladas estepas de las altas mesetas. La explotación del indígena no ha tenido descanso desde la Conquista. En Santa Cruz, la parte más occidental, en el Oriente boliviano, las clases medias se sienten amenazadas por el poder de Evo Morales. Surge la idea de que ser blanco o criollo mestizo y pobre es la mayor amenaza porque toda la política de Morales es a favor de los indígenas. Y las castas privilegiadas, desde luego, promueven la conspiración.
En la Chiquitania, el oasis de las antiguas misiones jesuitas sigue proporcionando una organización social que hace compatible la conservación de las tradiciones indígenas con su traslado a una modernidad incipiente. Es una excepción encomiable en Bolivia digna de conocerse como el reverso de la colonización.
Como siempre desde el viejo continente nos empeñamos en utilizar el euronarcisismo como prisma de todas las observaciones que nos resultan ajenas y difíciles de entender. Con esa tecnología política basta con condenar a Evo Morales y destacar el populismo creciente de sus actuaciones. Casi nadie se molesta en analizar las causas profundas de la eclosión de los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Nicaragua o Bolivia, porque la condena sin paliativos es la más confortable de las alternativas que alivia la necesidad de formular propuestas razonables de integración.
La revancha es una tentación lógica, pero no razonable. No repara daños antiguos sino que abre otras nuevas fosas. Pero para evitar el desquite y promover la igualdad hacen falta fórmulas compensatorias para los que nunca tuvieron nada. Y eso se tiene que hacer también desde la generosidad de las clases dirigentes que en Latinoamérica expoliaron sus países tanto o más que los conquistadores. Cada pueblo en América es responsable de sí mismo desde el día de su independencia y los criollos deben responder de sus hechos.
El giro hacia el populismo de raíces indígenas es inevitable y sólo podrá ser compensado con un gran acuerdo nacional en cada uno de los países en donde los indígenas son mayoría, tienen deseos de reconocimiento como pueblo y sufren la marginación social. Una formulación de estas características necesita visión de largo recorrido y no un puro afán electoral.
La verdadera integración de los pueblos de Latinoamérica tiene que ser un delicado equilibrio entre tradición y progreso para todos, en donde los vectores occidentales no sigan representando la marginación de los indígenas en la pobreza. El recelo histórico del Aymará, del Quechua o de cualquier otra etnia de la Meso América o del resto del continente necesita tiempo y un equilibrio basado en la compensación que no represente una revancha. España, como siempre, tiene un espacio para que la solidaridad y la cooperación promuevan esos acercamientos que están pendientes en nuestra historia.