MADRID 10 Sep. (OTR/PRESS) -
El comunicado de ETA tiene la pólvora mojada. Acusa al gobierno socialista de pretender la rendición de la organización terrorista, que es el mayor elogio que se puede hacer del ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero frente a las diatribas con las que el PP le quería situar en la rendición del Estado frente a ETA.
La organización terrorista reivindica la bomba contra el cuartel de la Guardia Civil en Durango y una serie de atentados menores y fallidos, pero no se hace eco de la cadena de detenciones que han golpeado fuertemente la estructura de la organización. ETA arremete contra todos, incluido el PNV y Nafarroa Bai, pero la música de esta partitura toca a retirada en quien ya ni siquiera tiene fuerza en sus manifestaciones políticas. Es un comunicado para pretender que están vivos pero se les nota en todo una profunda infección.
Todo cuanto rodea a las actividades de ETA, suena a final de ciclo. O, mejor dicho, a final de historia. La desaparición de los líderes de Batasuna de las páginas de los periódicos y de los telediarios son un indicador claro también de que la opción política de un independentismo radical, marxista e intolerante, apoyada su fuerza en la amenaza de la violencia, tiene sus días contados. El fracaso de la negociación con el Gobierno y el no haber sido capaces de condenar el atentado de la T-4 es su final.
Las últimas detenciones de terroristas han lastimado mucho su organización de matar. Cada vez les va a ser más difícil sustituir comandos e infraestructuras. La información sobre sus actividades demuestra que están trufados de confidentes y que cada vez que intenten sustituir a los detenidos será más fácil volver a localizarlos.
Naturalmente ETA puede matar y lo hará. Es el costo de esta lucha que ya tiene fecha de caducidad. Los españoles tendremos que aguantar las últimas embestidas de la fiera pero ésta ya no promueve miedo sino la más absoluta repugnancia de un fenómeno execrable que afortunadamente toca a su fin. Las amenazas de ETA tienen la pólvora mojada.
Carlos Carnicero