MADRID 17 Jul. (OTR/PRESS) -
Dalila y su hijo Ryan ya descansan juntos en su tierra natal. En esta familia, de origen marroquí, se ha cebado la desgracia. Hay desgracias que resultan inevitables, porque la propia vida tiene sus reglas y éstas se escapan a los deseos y a los afectos. En el caso que nos ocupa, el punto de dramatismo añadido viene porque ambas desgracias, ambos fallecimientos, hubieran podido ser evitados. En el caso de Dalila, aun cuando el proceder médico no ha suscitado especial polémica, nos queda la duda más que razonable de si, de haber sido atendida con más meticulosidad desde el principio, el resultado final hubiera sido el que ha sido.
El caso del bebé Ryan, de sólo 27 semanas de gestación, parece obvio. Cuando un bebé prematuro logra superar los diez primeros días, es un bebé que requiere de cuidados especiales, pero su vida, en principio, está garantizada. En las unidades de prematuros de los hospitales españoles se producen todos los días auténticos milagros. En esta ocasión, y a falta de conocer de manera rigurosa los hechos, lo cierto es que un error humano ha truncado el éxito que parecía seguro.
Buena parte de la familia de Ryan tiene DNI español. Como otros muchos marroquíes, llegaron a nuestro país en busca de la vida que no encontraban en el suyo. Y por un tiempo la encontraron y la disfrutaron. No hay constancia de que el Gobierno marroquí, durante esos años, se ocupara de esta familia ni de ninguna otra. Ha llegado la desgracia y el Rey de Marruecos fleta un avión para recoger el cadáver del bebé.
Es un hecho que en sí mismo no merece especial crítica, pero no deja de ser llamativa tanta compasión por parte del Monarca que, sin parpadear, consiente en su país cárceles atroces, las mujeres apenas si existen como sujetos de derechos, las desigualdades sociales y económicas son insoportables y la miseria se adueña de no pocos barrios. Es llamativo que se apresure a enviar un avión a un país amigo para hacer más llamativa la desgracia ocurrida en nuestro sistema sanitario y no tenga la menor compasión ante los inmigrantes ilegales a los abandona, como castigo, en el desierto. Les abandona a su suerte, como una y otra vez han denunciado las ONGs que trabajan sobre el terreno.
Siempre he defendido una política de buenas relaciones con Marruecos, incluso aunque cuesten muchos dinero y en más de una ocasión generen ciertas contradicciones; pero el hecho insoslayable es que con Marruecos hay que tener unas especiales buenas relaciones. Sin embargo, me resisto a que en aras a estas buenas relaciones nos dejemos impresionar por el avión de Mohamed. Eso ya no.
La contradicción es apabullante y la sobreactuación del régimen marroquí también. Hay quienes han comparado el envío de este avión con el que hace nuestro Gobierno cuando algún español se encuentra en apuros en un país extranjero. Y no. La comparación no se puede sostener. El que nuestro Gobierno envíe aviones para socorrer a españoles en apuros es un gesto coherente con nuestra democracia y con la política que en materia social y de derechos humanos comparten todas las Administraciones.
No hay que equivocarse. El régimen marroquí ha pretendido un gesto de consumo interno, ha tratado de hurgar en la herida que para nuestro país supone un asunto tan desgraciado como este. La compasión hay que imaginarla.