Actualizado 20/09/2009 14:00

Charo Zarzalejos.- Cuestión de educación

MADRID 20 Sep. (OTR/PRESS) -

Con toda razón Esperanza Aguirre puede sentirse satisfecha. Ha tenido el instinto político para saber que era el momento adecuado para colocar en el centro del debate la cuestión de educación en las aulas, proponiendo que los profesores adquieran el carácter de autoridad, al estilo de jueces y policías, de manera que cualquier acto de agresión o falta de respeto sea algo más que una mera gracieta del adolescente de turno.

Jurídicamente no es un asunto fácil. No me imagino cómo articular esa similitud, ni me imagino que a un alumno se le pueda condenar a prisión por no tratar cómo debe al enseñante de turno. Pero cuestiones técnico-jurídicas al margen, lo cierto es que el debate se ha abierto y ese es siempre el primer paso para cualquier cambio que se quiera promover.

Dicen muchos, y con toda razón, que el problema de la educación tiene muchas más aristas que el tratar de usted a quien imparte matemáticas o historia. Es verdad. La educación, en su sentido más profundo y cierto, es un conjunto de aptitudes hacia los demás y hacía uno mismo. La educación tiene mucho que ver con los referentes que cada cual tenga en su vida, es indisociable de lo que se ve y escucha en casa de cada cual y es inimaginable si, a tiempo, no se interioriza que en esta vida todo tiene sus límites, no entendidos cómo prohibiciones, sino cómo garantías para la convivencia y para el ejercicio de los derechos propios y ajenos. La educación tiene que ver con la disciplina pero también, y sobre todo, con unas mínimas certezas.

Nunca como ahora los niños han tenido y tienen de todo. Y nunca como ahora los niños llegan a la adolescencia habiendo experimentado ese punto de soledad que se debe producir cuando con siete u ocho años se va con la llave en el bolsillo, porque cuando llega a casa no hay nadie. El paso siguiente es el botón del microondas para calentarse, en solitario, el cola-cao de la merienda. La experiencia propia y ajena me dice que cuando esto no ocurre, las cosas funcionan mejor.

La educación es el arte de dar a los hijos las alas que necesitan para volar en solitario; de ahí que, efectivamente, tratar de usted al profesor no deja de ser un aspecto, un fleco de un proceso mucho más amplio y laborioso. Pero que esto sea así no significa que no sea importante y, en mi opinión, necesario para, poco a poco, ir generando un clima de mayor respeto dentro de las aulas. Ocurre también que muchos profesores, cómo muchos padres, han caído en el error del colegueo con el alumno. ¿Puede un profesor recibir a una madre con la camisa abierta casi hasta la tripa y que el saludo sea "aúpa, ¿qué tal?". Este es un hecho cierto, con nombres y apellidos.

Aquí la tarea es colectiva. Primero, los padres, normalmente agobiados por horarios infernales, que tienden, tendemos, a la abdicación, dejando que el niño de turno gane terrenos que luego no se recuperan, convirtiendo a los hijos en reyezuelos de manera que siempre tienen razón . Esto se ha convertido en fórmula para compensar la falta de atención y acompañamiento que los hijos necesitan. Y es que a los hijos hay que "acompañarles". Deben tener la certeza que estás ahí y que, además, se les quiere. Y eso exige presencia, límites, afecto y temple para decir que no. Siempre me he preguntado quien educa a los que deben educar.

Afortunadamente, el debate sobre Educación se ha abierto. El ministro Gabilondo creo que es un buen ministro. De entrada ha tenido el acierto de no descalificar propuestas ajenas y, además, es un hombre con una excelsa formación. Se debe aprovechar esta circunstancia y conseguir un gran pacto cómo sea.

Es verdad que a nosotros, los españoles, lo del péndulo se nos da genial. Pasamos de un extremo a otro sin pestañear, cuando lo razonable es encontrar ese punto medio en el que cada cual ocupe su sitio con naturalidad. Hay que huir cómo de la peste de esa disciplina que consiste en dar con la regla en la mano sin caer en el asamblearismo, según el cual la autoridad en el centro es compartida por alumnos y profesores. No conozco un periódico ni una televisión en los que la línea editorial la decidan, a partes iguales, los dueños y los periodistas. No existe ministerio cuyas líneas de actuación se decidan en reunión con los funcionarios y el personal de limpieza y no existe médico que someta a votación cual es el tratamiento que hay que suministrar al enfermo. Y no se trata de convertir en invisibles o siervos a periodistas, funcionarios o enfermeros. Basta con que cada cual tenga claro cuál es su papel y su territorio.

Ha llegado el momento de destronar a tanto reyezuelo que, envuelto en sus vaqueros y atado al iPod, se cree que el mundo es suyo y que además debe funcionar cómo el quiere. Ha llegado el momento de que otros, en este caso los profesores, se decidan a asumir, con todas las consecuencias, que ellos, en su trabajo, no son iguales a sus alumnos. Y que los padres aceptemos el reto de ser algo más y distinto a un cajero automático. La tarea no es fácil, ni se resuelve con el usted al profesor, pero por algún lado habrá que empezar y para echar a andar no es mala idea recuperar el usted para el enseñante. No es mala para los alumnos, que seguro no se traumatizan por ello, y es mejor para muchos padres, que se encampanan con ellos porque a su niño le han reñido.

Hay que aprovechar la propuesta de Esperanza Aguirre --ya operativa en Cataluña y Valencia-- y hay que aprovechar la presencia de un buen ministro cómo es Ángel Gabilondo. Esta vez que, por favor, no nos fallen.

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