MADRID 24 Abr. (OTR/PRESS) -
El presidente sabía que estaba abocado a acudir al Parlamento para explicar la remodelación del Gobierno. En realidad, no tenía obligación alguna, es una prerrogativa suya. Hubiera bastado con que la eficaz María Teresa Fernández de la Vega hubiera recordado esta premisa. Es verdad, que hubieran surgido críticas, pero son tantos los flancos abiertos, que se hubieran agotado en cuestión de horas.
Adelantándose a todos y recurriendo al principio de hacer de la necesidad, virtud --inexcusable en política--, acudió al Congreso a explicar lo que en sentido estricto no tenía por qué. Y eso está muy bien, pero lo que resulta inexplicable es que el presidente se metiera el sólo en un auténtico atolladero.
Y se metió en un atolladero, absolutamente increíble, al sustentar como argumento supremo del cambio la necesidad, entres otras cosas, de poner en valor y gestionar las decisiones del G-20. ¿Por qué el presidente acude a este argumento increíble?, ¿por qué se arriesga a dar explicaciones técnicas cuando en realidad su crisis de Gobierno ha estado basada exclusivamente en criterios táctico-políticos?, ¿no es estrategia política traerse a Chaves para que realice el papel de enviado especial a las autonomías?, ¿no es una decisión táctico-política no acudir a criterios de austeridad y mantener, por ejemplo, Vivienda e Igualdad?
Nada más fácil que repartir enmiendas a la totalidad y si van acompañadas de descalificaciones absolutas, para algunos, mejor. Pero cuando se huye de esas posiciones, una está obligada a la reflexión y la reflexión lleva a los interrogantes. Nadie conoce las razones últimas y de fondo de la crisis de Gobierno, pero ¿no es un poco absurdo que nada menos que el presidente del PSOE ande de un lado para otro sabiendo que quien va a cuadrar las cuentas es Elena Salgado y, en última instancia, el propio presidente? Manuel Chaves es un histórico del PSOE y de la propia transición y no acierto a comprender que haya aceptado un ministerio sin casi presupuesto, sin apenas funciones y sin carácter ejecutivo.
La reflexión lleva a una a preguntarse por qué el presidente desafía a la realidad y profetiza situaciones que no se cumplen. Es difícil comprender por qué desde el minuto uno se ha empeñado en recorrer en solitario la crisis, en lugar de gastar todas sus energías en buscar acuerdos razonables con otros grupos, y de manera especial con el PP. Es seguro que no todo lo que propone Zapatero está mal. Tan seguro como que el PP no se equivoca siempre.
Da la impresión de que el Gobierno está tentando demasiado a la suerte, sobre todo cuando los grupos más pequeños, a los que hace carantoñas ideológicas con la ley del aborto y la de libertad religiosa, van a apretar más allá de lo razonable. En situación límite es seguro que el Gobierno consigue la mayoría necesaria, pero el recorrido para alcanzarla puede ser muy caro en dinero y muy costoso en términos políticos.
Estamos a un paso de las elecciones europeas, que se van a plantear en clave interna. A poco más de un año de celebradas las generales y en situación de crisis, van a ser un auténtico pulso PSOE-PP. En este caso no cabe hablar más que de confrontación. Pero, seguidamente, viene el debate del Estado de la Nación y para esta cita el presidente no puede permitirse un vapuleo como el visto el miércoles en el Congreso. Como en Moncloa lo saben todo esto, es por lo que podemos dar por hecho el acuerdo en financiación autonómica, al menos con Cataluña. Será un alivio, pero no suficiente. La legislatura es larga y hay tiempo para que el presidente rectifique. Lo necesita él y lo necesitamos todos los demás.