Actualizado 18/09/2009 14:00

Charo Zarzalejos.- De la soledad.

MADRID 18 Sep. (OTR/PRESS) -

Siempre hay un momento, un punto en el que la soledad llama a la puerta del poder. Ahora va tomando cuerpo la idea de la soledad del Presidente. Hasta hace apenas un año, era consigna en el Congreso de Diputados eso de que "el PP se ha quedado solo". Las tornas parecen ir cambiando, pero eso no significa que sean tornas certeras en todos los casos. Siempre consideré un error la cantinela de la soledad del PP, cuando detrás de sí tenía casi diez millones de votos. Hablar, a día de hoy, de la soledad del Presidente es también un juicio muy aventurado. Cuando se han ganado las elecciones con once millones de votos, hay que esperar a la próxima cita en las urnas para calibrar, de verdad, la soledad, en este caso del jefe del Ejecutivo.

Hecha esta salvedad, no hay que descartar que el Presidente pueda comenzar a sentirse solo. No hay gloria que cien años dure y ahí se encuentra el Presidente, en ese punto que en estas mismas líneas califiqué de "inicio del ocaso". El hecho de que no buscara el cuerpo a cuerpo con Rajoy en el último debate sobre Economía y que su intervención fuera casi un plagio de lo dicho por él mismo en el debate del Estado de la Nación, sin que por ningún sitio se viera su varita mágica, indica ese inicio del ocaso. Si algo ha caracterizado a José Luis Rodríguez Zapatero ha sido su capacidad para sacar cartas sorpresa de la manga, lanzar iniciativas para descolocar al adversario e incluso a los suyos propios, como ocurrió con los famosos 400 euros. La cara de Solbes era la mejor crónica del día.

Y ha sido la marcha de Solbes la que ha desatado esta idea de la soledad. Era obvio que el ex vicepresidente no se ha sentido identificado con la política de Zapatero; pero Solbes deja a Zapatero porque previamente Zapatero le ha dejado a él, al igual que "ha dejado" a Jordi Sevilla y a otros muchos, que a la hora de la verdad callan, pero que por los pasillos del Congreso o en almuerzos reducidos con periodistas no ocultan su enfado y su distancia con el líder.

Al menos hasta ahora, Rodríguez Zapatero ha logrado abducir a su partido. Desde que ganara las elecciones en 2004, el PSOE se ha sumido en el silencio. Nada que ver con el guirigay público que protagonizó el PP, en donde nadie se cortaba un pelo a la hora de cuestionar todo lo cuestionable. Y ahí está Rajoy al frente de un partido que, aun teniendo enormes carencias, sí ha logrado ser una maquinaria bien engrasada. El poder es un buen bálsamo y Zapatero se lo merecía. A fin de cuentas ha sido él quien sacó a los socialistas de la travesía del desierto. Como Moisés, separó las aguas y llevó al PSOE a la tierra prometida del poder. Pero el reconocimiento, y más en política, tiene un límite y es en ese límite en el que se mueve Zapatero y el PSOE.

Las urnas dirán el grado de soledad real. En el Congreso, apoyado en los partidos minoritarios de izquierda, no corre peligro, aún a costa de asumir medidas criticadas, por ineficaces, por casi todos los que saben de economía, pero la matemática parlamentaria es tan voluble como interesada. El riesgo del Presidente es que no tiene cartas para sorprender, iniciativas para descolocar al adversario y sí para introducir altas dosis de incertidumbre en propios y ajenos. Se le está acabando su capacidad para la magia y esto tiene peor arreglo que una derrota parlamentaria.

Esto puede significar que el personaje se ha agotado y se agotará de verdad si mantiene el actual empecinamiento, que no tiene otro objetivo que mantener viva la llama del reclamo a la izquierda, si cree que bajo el discurso de la solidaridad vale cualquier medida, de manera que quien se oponga a ella roza planteamientos esclavistas.

No hay dato alguno que haga suponer que el Presidente vaya a modificar su propio rumbo. El es su discurso y así va a seguir. Lo único que no podrá alegar es que no se le ha avisado. Sóilo falta que quienes ocupan responsabilidades en el PSOE digan, donde deben decirlo, lo que dicen fuera. Si no lo hacen ellos, los silentes, serán tan responsables como el propio Zapatero. El sábado tienen una oportunidad, que muy probablemente van a desaprovechar. El riesgo para todos, incluidos los enfadados silentes, es que a alguien --socialista, por supuesto-- en algún lugar se le ocurra la idea de escribir en mármol un nombre. Para el recambio, claro.

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