MADRID 29 Jun. (OTR/PRESS) -
El líder del PP Mariano Rajoy está que no pisa suelo desde las elecciones europeas, y ha utilizado el mitin de autoafirmación de Valencia del pasado sábado para reafirmarse en las dos ideas centrales del cambio de modelo de oposición que inauguró al comienzo de esta legislatura y que tantas críticas internas le ha valido (hasta que empezó a funcionar, claro); a saber, que sean el Gobierno y el PSOE los que sientan la angustia de la soledad parlamentaria que el propio Rajoy experimentó en carne propia durante el primer mandato de Zapatero, aquella especie de todos contra el PP que empezó con el 'pacto del Tinell', y presentar su legítimo deseo de cruzar el Jordán del poder con el PP tras de sí como una demanda de los ciudadanos ante el calamitoso estado en que, en su opinión, se encuentra el país tras cinco años de gobierno no solo socialista sino 'zapaterista'.
Es la parte que a mí me resultó más sugerente de su discurso, cuando, como un Moisés, Rajoy anunció a la multitud de entregados militantes que le escuchaban que él era la alternativa a lo que, según dijo, "casi nadie discute": que Zapatero "está sin norte, genera problemas donde no los hay, intenta dividir a los españoles en vez de unirlos en torno a un proyecto común, y es incapaz de abordar los problemas reales de los ciudadanos". Moisés, como es sabido, no llegó a pisar la Tierra Prometida, suelen recordarle los socialistas --con ejemplos 'laicos', faltaría más-- para intentar borrarle esa sonrisa que no se le quita de la cara ante la marcha del PP en las elecciones y en las encuestas. Es verdad que aún falta mucha mili para llegar a las elecciones generales, y que antes Rajoy tendrá que saltar vallas autonómicas y municipales en las que le siguen esperando sus "críticos", ahora que pintan copas tan calladitos; pero...
Pero, descontando el lógico culto al autobombo que destilan afirmaciones de Rajoy como que Zapatero es el peor presidente de la democracia, a mí me parece más que puesto en razón que los errores que está cometiendo el presidente como gestor de la crisis se están convirtiendo en el talón de Aquiles de su credibilidad como político a pasos agigantados. La credibilidad de Zapatero ha sido tan insumergible que parecía insuflada más por la corriente sentimental de simpatía y afecto que suscitó su llegada al poder --aquel 'no nos falles' de hace cinco año-- que por su acervo político. Pero, cuando un dirigente político pierde su credibilidad pierde todo su patrimonio, y se evapora el afecto.
CONSUELO SÁNCHEZ-VICENTE