MADRID 29 Jul. (OTR/PRESS) -
La última vez que me encontré a Gabriel Cisneros fue en el Debate del estado de la Nación. Le llevaba un compañero de partido en su silla de ruedas hacia su despacho y yo salía del contiguo. Me paré un momento a preguntarle como se encontraba y con apenas un hilo de voz me dijo que muy cansado. Cuando intenté quitarle importancia a su aspecto profundamente demacrado, afirmando que yo tambien estaba molida porque la jornada había sido intensa y la edad ya no perdona, me cogió la mano y dio en ella un beso imperceptible a la vez que decía que yo estaba en la flor de la vida y él escribiendo su ultimo capitulo.
Me despedí de Gabi dándole un beso en la mejilla y pidiéndole que se cuidara mucho. Sabía que esa era posiblemente la última vez que nos íbamos a ver porque esa enfermedad innombrable que le estaba jugando una mala pasada parecía firmemente dispuesta a ganarle la partida. Cuando una amiga común me llamó para comunicarme esa muerte anunciada, recordé que él fue uno de los políticos que más me ayudó en mi primera etapa de periodista parlamentaria. Acudí a él con humildad, presentándome como una periodista de provincias, con poca experiencia en política nacional pero con una sólida trayectoria en información municipal y regional. Me habían encargado hacerle una entrevista para el diario YA sobre los padres de la Constitución y me impresionó no solo su basta formación y conocimiento de todo lo que se cocía en la carrera de San Jerónimo sino su fuerza y vehemencia a la hora de defender ideológicamente sus planteamientos. Fue amable y paciente conmigo hasta el extremo que él mismo se repreguntaba cuando me veía dubitativa, fruto de mi desconocimiento, ante algunas de sus respuestas.
Desde entonces se convirtió para mí en toda una referencia, en una especie de biblioteca andante, de sabio de cabecera, al que acudía a menudo sobre todo cuando tenia que escribir algún asunto peliagudo sobre el reglamento del Congreso,la historia de la Transición o cualquier tema de actualidad de la Política con mayúsculas por complicado que fuera. En varias ocasiones le pedí que me relatara minuciosamente como fue su intento de secuestro por parte de ETA, en el que casi pierde la vida y aunque yo era conciente de que no le gustaba recordar aquel suceso, nunca observe un gesto de reproche por mi atrevimiento.
Quedábamos de vez en cuando a comer en la Ancha, un restaurante muy próximo al Congreso y siempre hacía gala de una enorme inteligencia, un análisis medido de la situación y esa fina ironía que le ha dado como parlamentario estilo propio. Según me decía era un asiduo y fiel lector de mis entrevistas para El Mundo y siempre sacaba punta y hacía algún comentario incisivo y astuto del personaje. "Claro tus entrevistas te salen tan bien y tienen tanta repercusión porque yo pagué la novatada, te estrenaste conmigo y eso tuvo su merito. Fuiste una alumna brillante, pero yo no fui peor maestro" solía afirmar socarronamente.
No he ido a visitar la capilla ardiente de Gabi porque prefiero recordarle zascandileando de arriba a abajo por los pasillos del Congreso como si no se hubiera ido. Prefiero pensar en él como el hombre valiente y cabal, el demócrata que se convirtió en una pieza clave de la transición y sobre todo como el político honesto para quien la cosa pública fue una forma de vida. Si pudiera entrevistarle donde está y le preguntara cómo se siente, seguro que me diría que se encuentra en la gloria. Descansa en paz querido Gabi.
Esther Esteban