MADRID 3 Oct. (OTR/PRESS) -
Ahora resulta que también se ha liado porque el Rey ha tenido que salir a la palestra en defensa propia y de la institución que representa. ¿Y por qué lo ha hecho? Se preguntan algunos. ¿No concede así una relevancia que no tienen un grupúsculo de radicales incendiarios? ¿No crea una alarma innecesaria sobre la fortaleza de la monarquía y abre un debate inexistente en España monarquía-republica? En los últimos tiempos cualquier motivo es bueno para la controversia y aunque es ciertamente inusual y por supuesto excepcional, que el jefe del Estado entre directamente en polémicas políticas puntuales, la ocasión era oportuna.
Si la cara es el espejo del alma, el rostro serio y preocupado de Don Juan Carlos nos da la medida del ánimo con que la Casa Real está viviendo estos acontecimientos. Sus palabras con motivo de la inauguración del curso universitario en la universidad de Oviedo fueron escuetas: "La monarquía que sustenta nuestra Constitución ha propiciado el más largo periodo de Estabilidad y prosperidad en Democracia vividos en España", pero muy elocuentes y también certeras. Sin embargo tras ellas daba la impresión de esconderse un profundo sentimiento de soledad.
El pasado sábado, en esta misma sección, yo denunciaba en un articulo titulado "la testa Coronada" el silencio cómplice de algunos y la tibieza de otros a la hora de defender el mandato Constitucional por el que en 1978 todos los españoles decidimos el papel y las funciones de la Jefatura del Estado. Decía que una vez más teníamos una sociedad civil adormecida e inexistente incapaz de mojarse salvo en contadas ocasiones y criticaba la ambigüedad de los partidos Políticos mayoritarios y otras poderosas instituciones como la Conferencia Episcopal. Personalmente no me considero monárquica, ni defensora de que nadie tenga privilegios añadidos por el mero hecho de su nacimiento, pero sí he sido juancarlista -como la inmensa mayoría de personas de mi generación que hemos constatado cómo el Rey ha sabido dar estabilidad a nuestro país en momentos muy difíciles y superó con éxito y con creces la prueba del algodón aquel lamentable 23-F.
Es el mismo rey quien ha dicho en múltiples ocasiones que debe ganarse el sueldo todos los días y es cierto que no puede bajar la guardia por mucho que la corona sea, según todas las encuestas, la institución mejor valorada en nuestro país. La prueba evidente de que somos un país de excesos es que en cuestión de horas y desde que el Rey alzó su voz para defenderse a sí mismo hemos pasado de un silencio atronador por parte de casi todos a una catarata de adhesiones de todo tipo que además de tardías no dejan de ser oportunistas. El rey no está solo, pero ha tenido la sensación de estarlo y eso es un mal síntoma y no porque necesite el halago de grupúsculos más o menos pelotas o más o menos cortesanos sino porque lo que se pone en cuestión es si detrás de todo este lío a lo peor que se debilita no es a la corona sino lo que ella representa, es decir, la fortaleza de una nación: España.
Esther Esteban.