MADRID 15 Dic. (OTR/PRESS) -
La brutal agresión de la que ha sido víctima el primer ministro italiano Silvio Berlusconi es un hecho de naturaleza criminal .Un atentado que, como tal, debería concitar el rechazo de todo ciudadano de convicciones cívicas democráticas. Por desgracia, no está siendo así. En la Red, circulan todo tipo de mensajes que expresan simpatía por Massimo Tartaglia, el agresor, un individuo que perpetró el ataque a la vista de cientos de personas.
Es una salvajada. Una perversión fruto de la confusión entre fines y medios. Un mal que ,por cierto, no solo acampa en Italia. La polarización de la vida política italiana -para el caso ,se podría hablar también de lo que sucede en España- cursa con tales adherencias de fanatismo, de desprecio al adversario, incluso de odio que, a la postre, desencadena situaciones como la ocurrida en Milán.
Es sabido que la política de Berlusconi provoca rechazo en amplios sectores de la sociedad italiana, pero también es otro dato de la realidad el respaldo que mantiene entre el grueso del electorado. En democracia, los antagonismos políticos se ventilan en los debates y se resuelven periódicamente en las urnas .Nunca a través de la violencia. Recurrir a la violencia es cosa de totalitarios, de individuos asociales; de cerebros enfermos, de mentes criminales. Quienes en la Red aplauden al agresor de Berlusconi están perpetrando un acto execrable. Un acto de naturaleza fascista totalmente rechazable.