MADRID 12 Abr. (OTR/PRESS) -
Las consultas independentistas celebradas a lo largo de los últimos meses en Cataluña son una farsa, pero hacen surco. Desde el punto de vista legal no tienen recorrido, pero, tengo para mí que en términos políticos están sembrando hondo y con fuerza una semilla de discordia llamada a romper el intangible sobre el que se funda la convivencia en paz de los ciudadanos que viven en Cataluña. Que sólo un 18 por ciento de barceloneses se haya sentido concernido por la consulta tiene un significado sociológico relevante y otro inquietante en términos políticos. El gran dato nos dice que el grueso del personal no se deja reclutar por la aventura independentista; el desafío político que aparejan las consultas nos advierte sobre una corriente de opinión que está decidida a remar en dirección contraria a la mayoría. Este rasgo del problema tendría menos relieve sí no fuera porque se da la circunstancia de que entre quienes han decidido jugar a tan peligroso juego figuran las principales autoridades políticas de la "Generalitat", con su presidente, Artur Mas, a la cabeza.
El salto cualitativo que supone pasar del catalanismo que en los días de la Transición exigía "Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía", a la reclamación de independencia, sólo se explica en la aceleración que ha experimentado la política catalana en los últimos años por obra del colosal error estratégico cometido por el líder socialista José Luis Rodríguez Zapatero al impulsar la revisión del anterior "Estatut". Un calculo político errático le llevó a respaldar una iniciativa trufada por exigencias nacionalistas que se apartaban de lo establecido por la Constitución; después, intentó rectificar, pero el proceso había desbordado y roto los mecanismos de consenso empujando a CiU a posiciones independentistas nunca antes expresadas a lo largo de los veinte años de gobierno de Jordi Pujol.
Tras la sentencia tardía y espesa del Tribunal Constitucional, el daño ya estaba hecho y algunos políticos, entre ellos el propio Pujol o Artur Mas, el nuevo líder de Convergencia, hablaban abiertamente de la independencia como objetivo político a plazo indeterminado. Es una corriente anclada en tramos muy significativos de la burguesía catalana media y alta, corriente ideológicamente transversal que ha conseguido imantar tanto a los pujolistas de CiU como a núcleos muy selectos del Partido de los Socialistas de Cataluña, círculos que sólo se acuerdan del PSOE durante los períodos electorales, conscientes de que, hoy por hoy, en Cataluña el grueso de los votantes socialistas se sienten españoles y aplauden con más entusiasmo a Felipe González que a Zapatero. Que Artur Mas haya participado en la farsa que suponen estas consultas ilegales, podría dar pie a pensar que como primera autoridad del Estado en Cataluña habría quebrado la lealtad constitucional, pero como resulta que el próximo miércoles en el "Parlament" se someterá a votación una iniciativa para proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña, iniciativa contra la que votará CiU, vamos a dejar a Mas en el papel del pirómano-bombero. Confiémos en que no le atraiga la figura de Eróstrato, aquel pastor licio que le pegó fuego al templo de Artemisa en Éfeso "para ser recordado por las generaciones venideras".