Actualizado 27/01/2007 01:00

Fermín Bocos.- Platos Rotos

MADRID 27 Ene. (OTR/PRESS) -

Más que un gesto, la solidaridad es una obligación moral que obliga a quienes más tienen a ayudar a quienes poco o nada poseen. André Boulanger, un historiador francés, hablaba de "evergetismo" ("hacer el bien"), recordando una antigua práctica social convertida en obligación moral y seguida por los notables del mundo helenístico y la Roma imperial -Mecenas fue uno de ellos- quienes compartían su riqueza con los demás ciudadanos financiando la construcción de termas, teatros y otros edificios públicos. El rico que distribuye parte de su riqueza entre los pobres gana respeto y aprecio entre sus contemporáneos. Bill Gates es el mayor mecenas de nuestro tiempo. Nada más destructivo y despreciable que la imagen del destronado rey de Egipto Faruk, dejándose la camisa en el casino de Montecarlo mientras millones de egipcios nadaban en la miseria; o el derroche de los jeques árabes en Marbella o la vida de sátrapa del hijo mayor del dictador Gadafi. Ya digo que, a mi juicio, el proceder de Bill Gates es el ejemplo a seguir. Siempre que nos movamos en la esfera de lo privado. Cuando saltamos a lo público, la cosa cambia. Soy partidario del 0,7%, partidario de ayudar a los países pobres o en vías del desarrollo.

Cuanto podamos. Pero, fundamentando las donaciones y controlando el destino del dinero; controlando qué manos se benefician de los créditos y controlando -también- que no nos tomen el pelo. Digo esto porque el jueves, mientras en Beirut las facciones políticas se disputaban a tiros el poder, en Paris, en la llamada "Conferencia de donantes", diversos países -entre ellos el nuestro- comprometían 7.600 millones de dólares para la reconstrucción del Líbano. España aportará 41 millones. Es dinero que sale de los impuestos que pagamos los ciudadanos, dinero que irá a parar a manos de empresas libanesas y multinacionales de la construcción ya que está destinado a levantar lo que destruyó la aviación de Israel el verano pasado en su lucha contra los terroristas de Hizbolá. Ante semejante decisión, uno no puede por menos de subrayar el doble rasero con el que se maneja la diplomacia occidental. De la misma manera que en su día Iraq fue obligado a reparar los daños que había causado Sadam Hussein al invadir Kwait, no parece justo que, en éste caso, la comunidad internacional no exija otro tanto a Israel. Tengo para mi que es poco "evergético", dar dinero ,a fondo perdido, pagando nosotros los platos rotos por otros.

Fermín Bocos

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