Actualizado 28/05/2009 14:00

Fernando Jáuregui.- La corrupción en España ¿va por barrios?

MADRID 28 May. (OTR/PRESS) -

Pienso que España es un país con un grado de corrupción inaceptable -toda corrupción, por muy pequeña que sea, ha de ser inaceptable--. Y no me digan, por favor, que en tal o cual país de nuestro entorno ese grado es mayor o más escandaloso. La nuestra es una nación en la que la confusión entre lo público -ponga usted la utilización de un avión oficial_ y lo privado -ponga usted que ese avión se emplea para ir a un mitin de partido_ es prácticamente total: aún recuerdo cómo Felipe González aconsejaba invertir en Bolsa, al grito de "si yo tuviese dinero, invertiría". Era entonces González presidente del Gobierno; hubiese faltado más que quien hace las leyes y maneja toda la información reservada del Estado hubiese perdido el dinero invertido en la compra de acciones.

Precisamente por ello, un presidente del Gobierno, o un ministro de Economía, o el presidente de una empresa que conoce futuros movimientos de la misma, no pueden, aunque Felipe González no se hubiese enterado de eso, invertir. Pero los conceptos de información privilegiada, tráfico de influencias y bienes del Estado nunca han estado demasiado claros en esta España nuestra: fue una ministra de Zapatero quien aseguró recientemente que "lo público no es de nadie", justificando así no recuerdo qué dispendio.

Pero una cosa es una cosa y otra, otra. España, nación en la que el 25 por ciento del PIB tiene orígenes negros y, por tanto, turbios, alberga, al mismo tiempo, la mayor cantidad de inquisidores del mundo. Unos inquisidores que ven pajas en ojos ajenos y nunca vigas de la construcción en el propio. O que se especializan en el pequeño escándalo, mientras ven, admirados, cómo prosperan los grandes especuladores, los alcaldes y concejales más disolutos, los tiburones más sangrientos del mundo financiero. Es el pequeño corrupto -que, para mí, tampoco merece conmiseración_ quien paga: los otros...

Me niego a admitir la generalización de que "todo la clase política está corrompida", como quieren algunos comentaristas que disparan, con pólvora del rey, sobre el sistema. Soy de los que piensan que los dirigentes de los principales partidos españoles, y la mayor parte de los responsables de esos partidos, mantienen una honradez acrisolada y no toleran negocios cuestionables a su alrededor; lo que no quiere decir que, en progresión creciente, en la Administración central, en la autonómica -sobre todo en 'algunas' autonomías-- y en la municipal no se produzcan constantes casos de prevaricación, cohecho y vulneración de las más elementales reglas de la concurrencia y de las buenas prácticas políticas.

Al grano: tan injusto, tan nefasto, es negarse a ver la corrupción como pretender que está extendida a todos y en todo. Porque la acusación desmesurada, desenfocada o, simplemente, falsa, provoca precisamente el efecto contrario al teóricamente buscado: hace que la verdadera corrupción quede impune, sumergida bajo una montaña de dimes y diretes, de puñaladas traperas y de desmesuras ridículas.

Si usted pide la dimisión de la ministra de Defensa porque un brote de la gripe A se ha extendido en un cuartel que ha sido visitado por un grupo de niños, ¿qué queda para cuando esa ministra cometa una auténtica barbaridad? ¿fusilarla?. Si usted le monta un proceso a un político por haber contratado con un corrupto,¿es usted capaz de asegurar que, solamente por ello, el político también está corrompido? ¿Es ilegal, al margen de otras consideraciones posibles, ser amigo de uno de los despreciables personajes que encabezan la llamada 'trama Gürtel'? ¿Están corrompidas, como la política, la Justicia, los medios, las instituciones, la empresa pública, la privada? ¿Son corruptos esos trabajadores que jamás entregan factura por sus servicios?

Usted y yo lo sabemos: todas esas preguntas pueden ser respondidas de modos muy diversos. Y hasta diferentes, según los casos y las circunstancias, que, ya lo dice el Código, pueden ser agravantes, atenuantes y hasta eximentes.

En España, la corrupción va por barrios. Y por estamentos. Habría que hacer un mapa de la corrupción española. Y profundizar -no siempre ni todos los medios y jueces lo hacen-- en la investigación rigurosa, apartidista, seria, implacable pero jamás sensacionalista. Quizá, con un método que incorporase todas estas virtudes, nos encontraríamos con la sorpresa de que muchos que pasan por ciudadanos ejemplares no lo son tanto, y que algunos que son señalados con el dedo acusador de los titulares de prensa, o de ciertas persecuciones judiciales, acaso no sean tan, tan malos como se les presenta.

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