Actualizado 07/10/2011 14:00

Fernando Jáuregui.- Que dimita el señor gobernador.

MADRID 7 Oct. (OTR/PRESS) -

Aquí, en este sacrosanto país nuestro, cada vez que faltan argumentos contundentes para probar malas prácticas o deficientes comportamientos, se piden dimisiones. Si unos desaprensivos al frente de unas cajas de ahorro se conceden indemnizaciones millonarias, quien debe dimitir -según algún dirigente sindical_ es el Gobernador del Banco de España. Si un ministro es sorprendido con un individuo que luego resulta sospechoso departiendo en el interior de un automóvil, el tal ministro ha de presentar su inmediata dimisión, por presuntas connivencias dinerarias con el sospechoso. Y así andamos, especialmente en esta triste era preelectoral: pidiendo que rueden cabezas cuyas culpas, en todo caso, no están probadas.

Le voy a conceder a usted que el Banco de España bien podría haber vigilado un poco más y mucho mejor el comportamiento de los responsables de ciertas cajas. De la misma manera que admito que el ministro -José Blanco, para que nadie diga que omito el nombre_ también podría haber salido a dar explicaciones más presta y contundentemente acerca de las acusaciones que, por vías indirectas, se le han hecho en el marco de esa extraña 'operación campeón', que al menos a mí aún me resulta no del todo comprensible.

Mucho me criticaron algunos cuando insistí en que el ex president de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, era presuntamente inocente y no tenía por qué dimitir hasta que un juez lo declarase culpable de esa peculiar figura penal llamada cohecho impropio. Lo mismo digo ahora de Blanco, cuyos indicios de responsabilidad en este caso de campeonato -ni siquiera es posible concretar de qué sería culpable exactamente_ son más bien tenues.

Y, la verdad, tampoco estoy seguro de que el señor Fernández Ordóñez, que ejerce con acierto desigual su complicado papel al frente del Banco de España, tenga por qué abandonar el puesto porque unos cuantos golfos, con perdón, hayan metido -legalmente, eso sí_ la mano en la caja.

Equivocarse de blanco -con minúscula lo escribo_ en la lucha contra la corrupción, lo único que hace es favorecerla. La corrupción, digo, no la lucha. ¡Con la cantidad de gente que tendría que dimitir aquí y a nadie parece pasársele por la cabeza exigírselo...!

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