MADRID 8 Jun. (OTR/PRESS) -
Esta es la pregunta que han comenzado a hacerse muchos ciudadanos de los que no toman partido ante las urnas hasta última hora. Porque el presidente, que llegó a La Moncloa ahíto de carisma, de talante y, parecía, de talento, está viviendo malos momentos, por decir lo menos, que han producido algunos efectos indeseables. Por ejemplo, que ha perdido buena parte de ese carisma, que ha endurecido -menudas fotografías tras su comparecencia en La Moncloa el pasado martes, Dios mío- su talante y que la gente se cuestiona su talento. Todo lo cual es bastante malo, pero no tan malo como quedarse sin credibilidad a los ojos de los ciudadanos.
Esta no es, no se confunda usted, querido lector, una columna al uso de quienes habitualmente disparan contra el presidente del Gobierno, haga lo que haga y diga lo que diga. De hecho, figuro entre los que creen que Zapatero ha sido valiente al afrontar inicialmente, nada más llegar, algunos de los temas secularmente más podridos en la entraña nacional. Y la negociación con ETA era, acaso, el más hediondo entre los asuntos podridos. Lo sigue siendo. Los planteamientos con los que ZP se coló, porque las urnas lo quisieron y por ninguna otra razón, en La Moncloa eran, a mi juicio, positivos en su fondo, a veces algo infantiles en la forma. Ni hizo la transición, aunque ahora pretenda ser él quien conmemore los treinta años de las primeras elecciones democráticas, ni, menos aún, la revolución del 68, aunque, oyéndole, a veces casi pudiera confundírsele con aquel flamígero Cohn Bendit, aquel 'Dani el rojo', del que, sic transit gloria mundi, ya ni nos acordamos.
Pero las cosas no podían quedarse estancadas como lo estaban en el ocaso de la 'era Aznar'. Ni en lo autonómico, ni en lo constitucional, ni en lo histórico, ni en lo internacional, ni en cuanto a los nacionalismos o lo territorial. Casi era precisa una segunda transición, y tengo para mí que con tales presupuestos, en esto llegó él. José Luis Rodríguez Zapatero, digo. Y se puso a ello. Con resultados, lo vemos tres años y dos meses después, desiguales. Desde luego, resultaría difícil hablar de la existencia de esa segunda transición, porque muchas reformas están bloqueadas, detenidas o demasiado cuestionadas.
No es mi intención hacer un repaso ahora de lo que viene siendo esta legislatura que algunos quisieran acortar y que confío en que, por el contrario, se agote por medios naturales. Pero sí hay que constatar que Zapatero vive sus horas más bajas, en parte porque ha perdido una porción de su buena suerte -lo peor de tener buena suerte habitual es que te acostumbras a ella y no sabes orientarte cuando deja de acompañarte-, en parte por culpa propia, en parte por desvaríos de sus colaboradores y quizá, en último lugar, por acierto de sus adversarios.
Porque tenían razón quienes pedían 'mano dura' en el tema De Juana, más atención al consenso en el pacto antiterrorista, más cuidado con el Estatut catalán, aunque esos mismos no tuviesen tanta razón cuando, agoreros, decían que España se rompía, que el presidente sienta a ETA en las instituciones, que habría que colgar a Otegi del palo mayor o que se ha entregado Navarra a los enemigos de España.
Quizá ambas partes, más el Gobierno que el PP, tengan que plantearse algunas rectificaciones en sus políticas habituales. Rajoy, para afianzar sus posturas y no quedarse en la ciénaga del 'no a todo'. Zapatero, posiblemente para no perder las próximas elecciones, ni más, ni menos. Tienen que ser rectificaciones de fondo, de criterios, de trayectorias, y no meramente cosméticas como la que (afortunadamente, por lo demás) llevó a De Juana nuevamente a la cárcel, y no a su casa. O, en el otro lado, como la que supondría tender la mano de verdad al Gobierno, que es quien, para bien o para mal, debe liderar la política antiterrorista. ¿Comenzará esta nueva e idílica etapa ya cuando Rajoy y Zapatero, dos políticos que controlan tantos destinos, se encuentren formalmente la semana próxima? Quién sabe si, al final, escucharán el clamor que forzosamente tiene que llegarles desde la calle: unidad frente al terror de esos chiflados crueles.
Fernando Jáuregui.