MADRID 27 Oct. (OTR/PRESS) -
Claro que en la iconografía de la democracia española figura con lugar de privilegio aquella fotografía, en la noche del 28 de octubre de 1982, un cuarto de siglo ya, en la que aparecen Felipe González y Alfonso Guerra asomados a una ventana del hotel Palace madrileño, saludando a una muchedumbre que vitoreaba entusiasmada la victoria electoral de los socialistas. Hoy sería una imagen imposible, puesto que González y Guerra apenas se hablan: veinticinco años son muchos años y ha corrido abundante agua bajo los puentes de la política española.
Eran aquellos tiempos en los que los españoles, sumidos en la vorágine de la transición a la democracia, anhelaban los cambios. Y cambios, no pocos, hubo en los trece años en los que gobernó Felipe González, cuyo mandato concluyó con escándalos, corrupciones y dimisiones, sin duda, pero también aportó savia nueva a la aún despistada política de una España que no hacía sino un lustro que había abandonado el régimen totalitario instaurado por el franquismo.
Todo considerado, estimo que no ha sido nada malo para España este cuarto de siglo, en el que González fue sustituido por el conservador José María Aznar y éste por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Claro que ha habido numerosos claroscuros en este período, episodios lamentables, una progresiva degradación de la clase política. Pero qué duda cabe de que ha sido una etapa de paz y prosperidad casi sin precedentes en la Historia de nuestro país.
Estoy seguro, sin embargo, de que la conmemoración de este aniversario, que de momento se ha aplazado oficialmente hasta dentro de unas semanas -¿quién asistirá al acto? Porque las relaciones no solo entre Guerra y González, sino entre este último y Zapatero, distan de ser cordiales-, va a suscitar muchas reflexiones. Y no pocos interrogantes. ¿Está siendo esta Legislatura de Zapatero -Z, en adelante- semejante a la primera de González, o más bien parecida a algunos momentos del mandato de Adolfo Suárez?¿ O se ha convertido en una experiencia inédita y algo confusa? ¿Nos hemos situado ante una especie de segunda transición, porque ya algunas estructuras -comenzando, acaso, por algunos artículos de la Constitución- no se adecuan a la realidad política española?
Desde luego, es mucho lo que ha cambiado en este cuarto de siglo. Mucho más que en la mayor parte de lo que dimos en llamar los países de nuestro entorno. Yo diría que lo mejor, en la moral colectiva, es la sensación de que somos iguales a las naciones más potentes de esa anhelada Europa a la que no pertenecíamos cuando el PSOE ganó aquellas elecciones del 28 de octubre de 1982. Lo peor, que se ha roto el espíritu unitario de aquella primera transición, se han ahondado algunos abismos de lo que llamamos las dos españas y desde algunos poderes han retornado viejos conceptos según los cuales los ciudadanos son tratados casi como súbditos.
Y ahí están la memoria histórica, que será aprobada la semana próxima, y la beatificación de medio centenar de 'mártires de la guerra civil', que ocurrirá este domingo. Hay como un afán de mirar hacia atrás con cierta ira, mucho más que de clavar la vista en el futuro. Parece que el pasado no estaba del todo cerrado y era preciso reabrirlo, con los peligros que ello conlleva.
Y la semana próxima tendremos algunas muestras más que evidencian la confusión que vivimos: desde la sentencia del 11-m, el suceso más luctuoso ocurrido en España en estos veinticinco años, hasta la comparecencia de Z ante el Congreso para explicar lo que ocurre con algunas infraestructuras en Barcelona, quizá porque el 'esfuerzo modernizador' ha sido demasiado ambicioso y, por tanto, algo chapucero.
Pero acaso lo más preocupante de lo ocurrido en este cuarto de siglo esté ocurriendo en estos días, ante la pasividad general: el deterioro de las instituciones más fundamentales. Comenzando por el Tribunal Constitucional, donde se va haciendo ya imprescindible, ante el manejo que de los magistrados están haciendo los dos principales partidos nacionales, una dimisión colectiva de sus integrantes. Aunque sólo sea por una cuestión de dignidad. La dignidad, que es el gran tema que ha estado sobrevolando los cielos españoles durante los últimos veinticinco años, apasionantes, quizá a veces decepcionantes, en todo caso irrepetibles. Una dignidad que, en el fondo, nunca hemos perdido y no deberíamos colocarnos ante el riesgo de perderla.
Fernando Jáuregui.