MADRID 17 Jul. (OTR/PRESS) -
La verdad es que ya era hora de que las formaciones nacionalistas se interrogasen a fondo por el camino a seguir. Hemos escuchado demasiadas simplezas, desmesuras y hasta sandeces sin cuento en todos estos años, procedentes de ciertos dirigentes del nacionalismo, y eso acaba teniendo un precio. El famoso 'plan Ibarretxe' no es sino un modo de confrontación 'con Madrid', término que tanto gusta al lehendakari. Pero la verdad es que la confrontación no es, ahora, con Madrid, es decir, con el Gobierno central y con las fueras de ámbito nacional, sino interna. Y muy seria, porque, tanto en el Partido Nacionalista Vasco como en la coalición Convergencia i Unió se está abriendo un debate de proporciones y profundidad muy importantes.
Llegó José Jon Imaz a la presidencia del PNV, sustituyendo a un Arzalluz claramente petrificado, y se armó la revolución. Imaz es persona a la que en el resto de España se tiene por sensata y muy inteligente y, en lo poco que le conozco, corroboro esa idea. Del lehendakari puedo hablar sólo desde la distancia, porque sus servicios de prensa han cortocircuitado todos mis intentos -'periodista de Madrid' al fin y al cabo- por entrevistarme con personaje para mí tan misterioso; qué diferencia con Garaikoetxea y con Ardanza. El discurso de Imaz se comprende muy bien en el resto de España; el de Ibarretxe, y no digamos ya el de otros, sigue lleno de oscuridades. No me extraña que los trenes hayan chocado, y lo malo es que, de cara a confrontaciones futuras en el seno del PNV, Imaz parece ahora estar más solo que su contrincante, el durísimo Joseba Egíbar, que representa otro modo de concebir la política y, desde luego, las relaciones 'con Madrid'.
Siempre he pensado que el nacionalismo, más que una doctrina -¿qué doctrina puede extraerse de las 'enseñanzas' de Sabino Arana?- es un estado de espíritu. Pretender borrarlo de un plumazo, como a algunos les gustaría, es ilusión vana. Así que el secreto está en mantener una convivencia lo más agradable posible con ideas diferentes de lo que es y debe de ser el Estado. Y mentes como la del secretario general de Eusko Alartasuna, Rafael Larreina, o la del propio Egíbar, están a años luz del modelo conciliador, constructivo, de Imaz; con los primeros, el entendimiento desde el resto de España será siempre agónico, difícil. Es mucho, por tanto, lo que se juega en Euskadi estos días: nada menos que el meollo de la cuestión, el ser o no ser de la pervivencia del País Vasco como una Comunidad con amplias dosis de autonomía y una economía floreciente a la que no poco ayudan sus pactos específicos y tradicionales con ese Estado al que algunos denigran más con el corazón, ya digo, que con la cabeza.
Me parece que en Cataluña ocurre algo no del todo diferente, aunque atenuado, como siempre, por la brisa mediterránea. Los conflictos internos entre la Convergencia Democratica de Catalunya del sucesor de Pujol, Artur Mas, y la Unió Democratica de Catalunya de Duran i Lleida no se refieren solamente a cuestiones de reparto de poder en la coalición. Hay dos concepciones del nacionalismo que incluyen la colaboración o no con el Gobierno central, y hasta dónde esa colaboración. Y, claro, la cercanía de las elecciones generales, con un posible aunque aún no probable triunfo del Partido Popular, exacerba las tensiones acerca de si, en su caso, habrá o no que 'ayudar' a Mariano Rajoy a gobernar y a cambio de qué.
Subyace en todo ello esa teoría de la 'tercera España' brillantemente desarrollada por Duran i Lleida en su último libro. Los nacionalismos moderados, como el PNV o CiU, de carácter centrista, son, sin duda, el, núcleo más importante de esa 'tercera España' que tiene también otras connotaciones y expresiones, pero que quiere superar la vieja dialéctica Cánovas-Sagasta en la que siempre parecemos andar metidos. Ojalá que las cosas se clarifiquen para bien, caigan del buen lado, en estas crisis intestinas, que a mí me parecen más bien crisis de crecimiento, en esta 'tercera España'.
Fernando Jáuregui