MADRID 20 Feb. (OTR/PRESS) -
Menudo desconcierto el que va provocando el juicio del 11-M. Los culpables, la verdad, vistos de cerca no parecen tan culpables, y, mal que nos pese, tenemos que dar la razón a quienes se han leído los noventa mil folios del sumario y ven en el caso más agujeros que en la M-30 madrileña. Entonces, claro, llegan los de la teoría de la conspiración, ahora erigidos en químicos especialistas en explosivos -antes, en ácido bórico- y reiteran aquello de "¿ves cómo tenía yo razón?", lanzando sus más fantásticas quimeras: que si el Gobierno actual está donde está gracias a un acto terrorista en el que, por supuesto, los socialistas tuvieron sus complicidades, lo mismo que la policía y algunos jueces. Ahí queda eso: todo un misil contra la línea de flotación del Estado, alentado por quienes más deberían defender el sistema.
Que una cosa es que el sumario tenga fallos, contradicciones, negligencias, insuficiencias, y otra muy distinta aprovechar todo eso para bombardear desde los micrófonos contra cosas tan sagradas como la presunción de inocencia y la verdad. Por eso me consta que hay mucha gente preocupada por la marcha de este juicio, que navega ya por su segunda semana en medio de la turbación de los más. ¿Son esas todas las pruebas que se pueden presentar contra los procesados? ¿Qué clase de fanáticos de Al Qaeda son estos, que niegan su militancia islamista y condenan con rotundidad los atentados del 11-S contra las torres gemelas y del 11-M en Atocha? Pues eso mismo se preguntan muchos, desconcertados, mientras pescadores aprovechados y con pocos escrúpulos quieren imponer sus fantasías en el río revuelto.
Que una cosa es el periodismo de investigación, bendito sea, que ya nos avisó de que aquí no estaba todo claro, y otra cosa muy distinta es inventar la realidad para que pase por los parámetros que uno quiera. Eso, sencillamente, nada tiene que ver con el periodismo y sí con una tentación cuasi golpista. Como lo siento lo digo, lo siento.
Fernando Jáuregui.