Actualizado 07/09/2011 14:00

Fernando Jáuregui.- No te va a gustar.- Seguimos sin enterarnos.

MADRID, 7 Sep. (OTR/PRESS) -

La presidenta castellano-manchega, Dolores de Cospedal, puso en marcha el mecanismo de los recortes, denunciando, e hizo bien, los despilfarros de la administración anterior. Luego siguió el extremeño Monago, aunque ya la Generalitat catalana y la Comunidad madrileña habían anunciado algunas restricciones, la primera sobre todo en las prestaciones sanitarias, la segunda en las educativas. Se esperan, desde luego, otros anuncios procedentes de diversas autonomías, ahora todas gobernadas por el PP (con excepción de Andalucía, que posiblemente cambie de manos en marzo): es, quizá, como un anticipo de lo que ocurrirá a escala nacional a partir de diciembre, cuando un nuevo inquilino aterrice en La Moncloa.

Porque no se engañe usted: gobierne quien gobierne tendrá que aplicar las mismas recetas económicas, los mismos ajustes duros, idénticos recortes -porque recortes son- a parcelas del estado de bienestar. Ya sé que no es políticamente correcto decirlo, pero tales recortes, que traerán más paro y menos crecimiento económico, parecen inevitables no tanto por las exigencias externas, sino también porque habíamos llegado a vivir en un puro estado del despilfarro, oficial y privado. Y la economía no siempre es una ciencia exacta, ni siquiera lógica, pero siempre acaba teniendo razón el tópico de que las cosas acabarán yendo mal si se gasta más de lo que se ingresa.

Así, y pese a las manifestaciones de protesta que proliferan en nuestras calles, incluso los más reticentes aplauden los recortes, porque todo el mundo entiende que el Estado de las autonomías ha vivido por encima de sus posibilidades. Lo mismo que los ayuntamientos, que los ministerios, que no pocas instituciones, que bastantes empresas privadas y que -hagamos un amago de autocrítica- no pocos ciudadanos como usted y como yo.

Ocurre, sin embargo, que, lo mismo que Italia ha afrontado sus planes de austeridad al itálico modo -resistiéndose a cumplir lo aprobado-, en España lo hacemos a nuestra manera: cada presidente autonómico anuncia sus propias medidas, sus propios porcentajes de disminución del gasto, pone en marcha sus propias ideas sin querer mirar lo que hace el vecino. Cuando lo más prudente y sin duda eficaz hubiera sido convocar primero la conferencia de presidentes autonómicos -ahora que casi todos son del mismo signo, llegar a acuerdos globales hubiese sido más fácil- y, desde allí dirigir coordinadamente las soluciones austeras. Pero ha triunfado una vez más el individualismo hispánico, esa especie de ejército de Pancho Villa donde cada cual dispara a su aire y en direcciones opuestas, sin mayor método, ni orden, ni concierto.

Se diría que parece que, pese a todas las trompetas que claman, cada una con su propio sonido, por inaugurar un período de austeridad, los responsables directos de los recortes no han entendido -y no hablo solamente de España, por supuesto- que hemos entrado en una resbaladiza y difícilmente mensurable nueva era. Que exige soluciones valientes, esquemas distintos -alguna gran empresa española ya se ha puesto manos a la obra-, pactos, pactos y más pactos. Nada de esto se atisba por el momento. Y claro, las contradicciones, las disfunciones y las voces más altas que otras resultan perceptibles. Como siempre que faltan un plan y un método, que es exactamente lo que ahora ocurre.