MADRID 31 Mar. (OTR/PRESS) -
¿Puede Zapatero resolver los problemas que tiene planteados España? Puede pero no solo. Es la respuesta quizá más apropiada a la situación que vivimos los españoles: una crisis económica que arroja una de las peores cifras de paro del mundo (once por ciento), un déficit que puede prolongarse dos años y una destrucción de empleos sin parangón en los países occidentales. Y, paralelamente, una crisis política sin precedentes desde hace treinta y dos años: crisis en el esquema diseñado por Montesquieu, crisis en el sistema electoral, en el sistema autonómico, necesidad -que se va haciendo urgente_ de una reforma constitucional. ¿Cómo hacer frente a lo que parece una segunda transición?
Hay opiniones para todos los gustos: los más extremistas piensan que nada se arreglará hasta que Zapatero haya desaparecido de la escena política. Pero eso es excesivamente radical y, al tiempo, demasiado simplista: no parece del todo claro que en el socialismo exista ahora un recambio inmediato para ZP. Y tampoco en el mundo del principal partido de la oposición se vislumbra una figura sustitutoria de la de Rajoy con el carisma indiscutible como para infundir confianza a los españoles. Eso, claro, en la hipótesis de que el PP ganase las próximas elecciones, lo que está por ver.
Los responsables de la economía española no parecen tener soluciones unívocas para una crisis que golpea a nuestro país con más dureza que a nuestros vecinos: ni el equipo Solbes-Sebastián es un tandem que infunde confianza -suponiendo incluso que sean un tandem, lo que es mucho suponer_ ni el propio presidente parece saber por dónde le aprieta el zapato, y disculpen por el mal juego de palabras. Eso, para no hablar de los asesores presidenciales, de los responsables parlamentarios de la economía y de los propios grandes empresarios y banqueros nacionales: no hay ideas originales, como no las hay, parece, en la mayor parte de los países occidentales. Por eso, una medida como la intervención del Banco de España en una caja 'socialista', como la de Castilla-La Mancha parece haber generado, al final, más desconfianzas que apoyos; porque da la sensación de que se trata de una urgencia, no de algo que forme parte de un plan más general.
Pero tampoco hay soluciones en el plano político, donde los boquetes son considerables: la crisis autonómica es patente, la reforma constitucional necesaria -urgente en el caso del heredero/a de la Corona-, las modificaciones en las reglas del juego electoral apremiantes y causa, además, de buena parte de la corrupción local que ahora surge por tantos rincones de la geografía nacional... Hay desajustes de fondo en la Justicia, en los cuerpos de Seguridad, en instituciones clave como el Tribunal Constitucional.
Y todo ello, con un Gobierno que, en parte, anda como desaparecido. Zapatero no puede seguir echando mano de sus indudables éxitos internacionales de ahora -entrevista con Obama, presencia española, al fin, en el G-20_ para achicar el agua que se nos ha colado en la barca: las cuestiones internas necesitan atención prioritaria y no cabe refugiarse en el extranjero.
Menos mal que quienes creemos en el Estado hemos recibido la buena noticia -al fin, una buena noticia-- del pacto entre socialistas y populares vascos para hacerse con el gobierno de Euskadi, desalojando a Ibarretxe. No se acaba de entender, así, cómo es posible que, en medio de una crisis económica, institucional y constitucional de tan considerable tamaño, las principales fuerzas políticas sigan desoyendo el clamor de la calle pidiendo un pacto de gran alcance entre ellas.
No es el momento de la pugna política, sino de la cooperación. Y, si Zapatero en solitario no puede, si tampoco Rajoy podría, que lo hagan juntos y que sumen a los más posibles: ya vendrán luego las elecciones para normalizar la situación. Puede que con eso no baste para solucionar las muchas cuestiones pendientes, pero, desde luego, de seguir tal y como estamos, tampoco arreglaremos casi nada. ¿Por qué no probar una fórmula que está funcionando, a su aire, en los admirados sistemas de Obama, Merkel o Sarkozy?