MADRID 13 Sep. (OTR/PRESS) -
Más de siete millones de niños inician su curso escolar. Uno de cada diez es extranjero. La escuela es ya un perfecto espejo en el que observar el fenómeno de la inmigración y, a la vez, un formidable banco de pruebas en el que nuestra sociedad puede demostrar su capacidad de integración. La igualdad de derechos nunca podrá materializarse si no se cimienta en la igualdad de oportunidades, y ésta se hace imposible con una educación asimétrica.
Las estadísticas reflejan cómo esa población escolar inmigrante ha crecido de manera espectacular en la última década, multiplicándose por diez. También muestran otra terca realidad: el desigual reparto de estos alumnos entre la escuela pública, que asume el ochenta por ciento, y la privada o concertada, que atiende la educación del resto. Y si se cierra aún más el objetivo encontraremos centros o aulas en los que los niños extranjeros ocupan masivamente las aulas públicas, convirtiendo en un problema lo que en esencia podría ser una experiencia formativa enriquecedora, para los niños que vienen y para los que nacieron aquí.
Como las casualidades no existen, no es difícil concluir que esta desproporción en el reparto no es casual, sino que obedece a criterios de selección que se ejercen de manera sutil. La mayoría de los centros concertados, financiados ya con dinero público, cobran sin embargo cuotas mensuales y actividades escolares que muchos padres inmigrantes no pueden afrontar. Si a eso se suma la obligatoriedad de asumir un determinado ideario religioso, la criba se completa. Así, a los alumnos no se les impide entrar, sencillamente se les hace imposible hacerlo.
Desconcierta que esto sea así, pero desconcierta aún más que se permita sin que el Estado imponga mecanismos para que la distribución de los alumnos extranjeros se haga de manera más equilibrada. Así lo recomendó el Consejo Económico y Social en su última memoria, para evitar la marginalización de determinados colectivos escolares. Así parece recomendarlo también el sentido común. Y así lo manda el Evangelio, piedra angular del ideario de la mayoría de colegios concertados, cuando recoge las palabras de Jesús: "Dejad que los niños se acerquen a mí". Sin distinciones.
Isaías Lafuente