MADRID 29 Oct. (OTR/PRESS) -
En ceremonia solemne, la Plaza de San Pedro del Vaticano se adornó esta mañana del domingo con sus mejores galas y con los vestidos multicolores de obispos, cardenales, sacerdotes y fieles en general que quisieron asistir a la ceremonia de beatificación de los 498 españoles que fueron muertos por causa de su fe, en la guerra civil del 36-39 que partió a España en dos, escindiendo incluso a las familias en partidarios y contrarios del Alzamiento o de la República...
A lo largo de estos últimos meses, y tras el anuncio de las ceremonias vaticanas, mucho se ha escrito y debatido acerca de la beatificación y sus circunstancias. Primero y principal, la Iglesia Católica hace beatos y santos a quienes, tras larga y minuciosa investigación, halla que ejercieron su fe de manera heroica, mucho más allá de sus meras obligaciones. Es decir, que esos casi quinientos nuevos beatos, en ocasión del 'tribunal sentenciador' de la santa madre iglesia, tenían méritos más que sobrados para figurar en el elenco riguroso y amplísimo de quienes han ejercido su fe de manera heroica. Mucho menos amplio cuando se trata de héroes y mártires de nuestro tiempo, muchos de ellos con lazos familiares y de amigos aún vivos y que han prestado su testimonio para la elaboración de los correspondientes informes.
De entrada, la existencia de esa cantidad inmensa de mártires y futuros santos sólo es posible y explicable en un conflicto de la virulencia de la guerra civil española, en la que salieron a relucir los más bajos instintos y las perversidades menos imaginables. Hoy, posiblemente, la práctica de una determinada religión hubiera resultado mucho menos determinante de constituirse o ser juzgado a un lado o a otro de los combatientes. En aquellas fechas, el católico, y en particular si era sacerdote o religioso, era necesaria u obligatoriamente del bando nacional, y consiguientemente, merecedor de las iras salvajes de la parte contraria. Y las historias de estos quinientos nuevos beatos llegan a reflejar con bastante aproximación a la realidad la bestialidad, el salvajismo, y cómo se buscaron y hallaron chivos expiatorios en personas que sólo tenían méritos sociales de atención y cuidado a sus compatriotas en tareas sublimes y altamente sacrificadas: el cuidado de ancianos y enfermos, por ejemplo.
Naturalmente, las circunstancias actuales, del momento de la beatificación, hacen precisa alguna pedagogía y no limitarse a ver lo que sucede aquí y ahora. Es frívolo plantearse que frente a los 500 nuevos beatos se ha elaborado una Ley de la Memoria Histórica que viene a tratar de compensar a las víctimas 'del otro lado', que también las hubo, y por centenares y millares. Ni lo contrario, que la Ley de Memoria Histórica tiene esa compensación de los mártires beatificados con la celebración festiva de muchos españoles "del bando nacional", en un tiempo de creciente laicismo. Ésa sería la auténtica frivolidad de nuestros días.
José Cavero