MADRID 20 Jul. (OTR/PRESS) -
Abandonada ya la gran cuestión en la que el PP centró sus atenciones en los tres primeros años de la legislatura -contra la política del gobierno en materia antiterrorista-, el PP se acerca a las elecciones del año que viene con algunas novedades. Rajoy no se ha tomado aún vacaciones y no hay día que no haga nuevas aportaciones y proyectos. Primero fue su gran oferta de reducción de impuestos a todos los españoles, que forzó a Solbes a emplear su más fina socarronería: ¿De dónde saldrán esos veinte o veinte mil millones de euros que nos anuncia Rajoy?, se limitó a decir el vicepresidente económico. Luego, en la misma línea de actuaciones, Rajoy anunció la designación de un redactor general para el programa del PP, el que fuera hombre de máxima confianza de Rodrigo Rato, Joan Costa, que abrió la veda a algunas de las grandes especulaciones del momento: ¿Es un hombre de Rajoy, o es un primer peón que Rato empieza a situar en lugares clave y de la máxima confianza? Desde luego, no deja de sorprendente que la oferta fiscal se hiciera cuando Costa, experto en cuestiones económicas, estaba a punto de llegar a la dirección del partido y de su programa electoral.
La última novedad en propósitos de programa electoral la acaba de aportar Mariano Rajoy y se refiere a una cuestión que le viene preocupando seriamente, y que se deriva de la inmensa soledad que el PP padece en el escenario de partidos políticos españoles. Como efecto de esa soledad, el PP ve poco menos que imposible llegar a acuerdos y pactos con otras fuerzas, forzado a hacer uso de su propia y exclusiva representación electoral, y se ve pospuesto muy a menudo por el entendimiento que los socialistas alcanzan con relativa facilidad con fuerzas nacionalistas o con Izquierda Unida. Rajoy quiere evitar situaciones de esta naturaleza con una propuesta que no será fácil que prospere: pretende que no pueda gobernar una fuerza que no haya alcanzado un treinta por ciento de apoyos en las urnas. O sea, excluiría de un plumazo a nacionalistas catalanes o vascos, a regionalistas gallegos, cántabros o leoneses..., votos todos ellos que ahora mismo resultan ser cruciales y determinantes en la mayor parte de los gobiernos regionales, y a menudo en el gobierno del Estado. De nuevo, Rajoy se echa encima las críticas de los nacionalistas y restantes minorías, muy a menudo convertidas, por causa de los pactos, en las fuerzas decisivas de toda una legislatura y de todo un gobierno. Rajoy debería reunir los votos de 176 diputados para proceder a esta trascendental reforma de la Ley Electoral vigente. Es muy dudoso que, hoy por hoy, pudiera conseguirlo...
José Cavero.