MADRID 28 Sep. (OTR/PRESS) -
La coyuntura norteamericana está plagada de incertidumbre. A medida que pasan los días, la tormenta financiera no amaina y comienza a contagiar sus efectos depresores a la economía real. Las voces que sugieren la posibilidad de que América entre en recesión aumentan. La Reserva Federal, como el grueso de los analistas, subestimó la gravedad de la crisis inmobiliaria y también la vulnerabilidad de la posición financiera de las empresas y de las familias ante un hundimiento de los precios de la vivienda. En estos momentos, todo indica que las fuerzas recesivas en el sector inmobiliario se acentúan en lugar de reducirse y numerosos trabajos sugieren que la situación no tocará suelo antes de 2009.
Con un valor de las casas más bajo, con una caída sensible de la bolsa, con una contracción del crédito en el mercado hipotecario y en el de consumo, con los precios del petróleo y de la gasolina subiendo y el empleo bajando, la confianza de los consumidores norteamericanos se deteriora a marchas forzadas. Si esta tendencia se mantiene y, como es previsible, se traduce en un menor gasto de los hogares, la recesión está servida. El consumo privado supone más del 60 por 100 del PIB estadounidense. En este contexto, el aterrizaje duro de la economía norteamericana se empieza a visualizar aunque, con un optimismo irracional, el consenso de los analistas niega todavía esa posibilidad.
La situación española guarda inquietantes similitudes con la norteamericana: un largo "boom" crediticio, un espectacular incremento de los precios de la vivienda (el 180 por 100 desde 1995), un alto endeudamiento de las familias y de las empresas, un abultado agujero exterior y... una contracción de la oferta crediticia en marcha. Pensar que ese escenario no va a tener consecuencias negativas sobre la economía nacional es de una ingenuidad pavorosa. Si, como es probable, el crédito no se reactiva en los próximos meses, las cosas se van a poner bastante feas.
Lorenzo Bernaldo de Quirós