MADRID 2 Feb. (OTR/PRESS) -
Es bastante frecuente que un alcalde del PP tenga problemas con el presidente de su diputación provincial, que es del PSOE; y que el presidente de la diputación tenga problemas con el presidente de su comunidad, que es del PP; y que el presidente de la Comunidad tenga problemas con el gobierno del PSOE. Esta lista de despropósitos está presente cada día, y basta que usted eche una ojeada al periódico que ahora tiene en sus manos: seguro que aparece un episodio de estas guerras pánicas que asolan la administración municipal, provincial, comunitaria y estatal.
Los políticos son elegidos para que solventen los problemas de la sociedad con nuestro dinero. A pesar de que alcaldes y ministros cuando inauguran un parque o un tramo de autopista dan la impresión de que se han gastado los ahorros de su familia para que disfrutemos de unos árboles o vayamos más rápidos por carretera, el dinero que ha costado lo hemos puesto nosotros. Y ellos lo han gestionado, porque les hemos votado para eso, y para eso se han presentado a las elecciones, sin que les obligara nadie con un revólver. Pero no los hemos elegido para que diriman sus batallas partidistas a costa de nuestros intereses, porque esas patadas que se dan unos a otros las recibimos en nuestro culo de contribuyentes, que está molido de tanto asno que confunde los fines con los medios. La confusión de los fines con los medios es el camino que conduce al estado totalitario. Nada menos. Y en su larvado provincianismo retrasa los servicios, resta eficacia en las ejecuciones y, todo ello, con cargo a nuestra cartera.
Ganar unas elecciones no hace a nadie ni más listo, ni más tonto, ni más alto, ni más bajo. Le confiere la responsabilidad de servir y representar a la sociedad. Y ni la sirve con eficiencia, ni la representa con brillantez quien desempeña el cargo como una plataforma para desgastar a sus rivales.
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