MADRID 11 Jul. (OTR/PRESS) -
Aunque no la hubiera diseñado con tanto esmero, la verdad es que la operación política de impulso final a la legislatura le está saliendo redonda a José Luis Rodríguez Zapatero, al que algunos llaman Rodríguez, quizá para deslustrarlo con irrespetuoso atrevimiento, quizá para señalar que es un hombre muy español y muy del pueblo, como se desprende de tan castizo apellido. Pues bien, el tal Rodríguez les está dando sopas con onda, y algún cariñoso sopapo dialéctico, a los ilusos que ya le pronosticaban un infausto corte de la legislatura para ceder el puesto a Mariano Rajoy, claro que sin saber por qué ni en función de qué culpas del uno y merecimientos del otro, pues en ningún momento la realidad había autorizado semejante dislate. El golpe de furia fue hace una semana, en el Debate del Estado de la Nación, que supuso un triunfo clamoroso para el presidente del Gobierno y una bajada a los infiernos para el líder pepero. El segundo capítulo fue la remodelación del Gobierno (corta, insisto), que confirmó duramente la retoma de la iniciativa política.
Pero había más capítulos, como vemos con el tema Bono. Rodríguez sabía mejor que nadie que era una tontería desaprovechar ese gran activo del socialismo que es José Bono. El presidente no acertó la vez anterior, cuando intentó hacerle candidato a la alcaldía de Madrid. Pero ahora acierta plenamente, pues la candidatura por Toledo al Parlamento es un éxito seguro, en la capital de su Castilla-La Mancha. Si el PSOE gana, Bono será un buen presidente del Congreso de los Diputados, al que la derecha no podrá toser y que llevará por delante el valor añadido de todos esos españoles que sin pensar en izquierda votarán izquierda sólo porque ahí está el ex presidente manchego y ex ministro de Defensa. Además, es un peso pesado sin entrar en matizaciones y un elemento nivelador con la anterior generación de dirigentes socialistas, algo que Zapatero tenía que haber entendido antes. Rodríguez y su partido están en el puente de mando y a toda vela, mientras que los de las actas gritan su desconcierto por las esquinas. Y punto.
PEDRO CALVO HERNANDO