MADRID 17 May. (OTR/PRESS) -
Estimando que la actual directiva del PP desea, como casi todo el mundo, el fin del terrorismo etarra y el cese definitivo de la violencia política, habrá que estimar también la necesidad que tendría ese partido de actualizar su discurso (acaso también sus ideas) en el caso de que el actual gobierno consiguiera, bien en esta o en la siguiente legislatura, llevar a buen término el proceso que persigue la fructificación de la paz. ¿O, por ventura, acusaría destempladamente al presidente Zapatero por haber dialogado con ETA una vez conseguido aquello que hoy anhela la inmensa mayoría de los españoles? ¿Le seguiría vilipendiando, como viene haciendo desde el inicio del proceso, si lograra el fin del terrorismo, esto es, aquello que estimamos que el PP también, cómo no, desea?
Acusar a alguien por pretender la paz es grave (el PP nunca acusó a su presidente honorario por pretender la guerra), pero más grave es, si cabe, convertir esa acusación desatentada en el eje único del discurso político y en el ariete único de la labor opositora. ¿No se le ocurre a la todavía cúpula dirigente del PP ninguna cosa que no sea obstruir la legítima acción del gobierno de búsqueda de la paz? ¿Tan divertido y ameno es meter palitos entre las ruedas? Si el PP quiere la desaparición de la violencia, ¿por qué invoca permanentemente a su fantasma? ¿Qué demonios tiene que ver De Juana Chaos, ese despreciable individuo, con los problemas que afligen a las comunidades autónomas, a las ciudades y a los pueblos que para intentar resolverlos se enfrentan al dilema de a quién votar?
Zapatero, aprovechando el pequeño pero significativo impulso real, ha retomado el ideal práctico de la paz. Por mucho que disientan de su estilo o su método, ¿por qué no le dejan hacer, siquiera por si suena la flauta de una puñetera vez?
Rafael Torres.