MADRID 1 Dic. (OTR/PRESS) -
Las portadas de los periódicos y los noticiarios de televisión reprodujeron anteayer, abundantemente, dos rostros antagónicos, y bajo ellos, latentes, dos almas más disímiles todavía. También las palabras, el discurso, el pensamiento -y no digamos la calidad general- correspondientes a ambas, cerraban el círculo de cuanto material heteróclito es capaz de contener el ser humano. Un rostro, el de Juan Gelman, pertenece a un hombre que de sus heridas, de las suyas y de toda la humanidad doliente, ha sabido extraer los mejores materiales para su excelente poesía, así como también serenidad y conocimiento; la otra cara, la de Francisco José Alcaraz, pertenece a un hombre que de sus heridas ha extraído sólo el material preciso para la destilación permanente del odio, así como también, pues no podía ser de otra manera, compulsión y desabrimiento.
Ambos rostros, los dos hombres, han sido víctimas, en las personas de sus familiares, del terror, pero en tanto que en uno ese terror ha encontrado el sumidero que se lo ha llevado lejos de él, en el otro ha hallado, según parece, un lugar en su corazón. A Gelman le daban el Premio Cervantes, y a Alcaraz una cita en el juzgado por relacionar repetidamente al presidente del gobierno con ETA, pero esa suerte desigual del jueves fue puramente excepcional. Los Gelmanes, pese a la nobleza de su rostro, suelen ir menos premiados por la vida que los Alcaraces, que van ciegos a lomos de un caballo desbocado, y que, encima, son muchísimos más.
Rafael Torres.