MADRID 27 Feb. (OTR/PRESS) -
A Esquilache, el buen ministro de Carlos III, la chusma le organizó un motín por tomar algunas medidas contra la delincuencia que asolaba las noches de Madrid; a Manuel Godoy, ministro de Estado con Carlos IV, se le odiaba no tanto por su meteórica carrera y su no menos meteórico enriquecimiento como por las disposiciones que dictó en aras del progreso de la nación (gastaba en expediciones científicas, en conservatorios y en jardines botánicos lo que tradicionalmente habían venido robando la nobleza y los altos funcionarios); a la II República la destruyeron con un golpe militar y una guerra terrible por construir 18.000 escuelas públicas en cinco años; y, en fin, a todo el que en este país ha tenido la ocurrencia de luchar contra el delito, la ignorancia y la corrupción, pilares del Viejo Régimen de todos los tiempos, se le ha escarnecido, vilipendiado, perseguido, encarcelado, fusilado o enviado al destierro. Ahora hay en España un gobierno que pretende combatir el latrocinio inmobiliario, a las mafias de toda laya, el fraude y el alcoholismo de los menores, y mucho me temo que hay en marcha tres o cuatro conspiraciones para dejarle fiambre.
Lástima que la ley contra el alcoholismo juvenil, infantil casi, haya sido cosa de la ministra Salgado, que creyó que los bodegueros gastan la misma mansedumbre que los fumadores. Otra persona de mayor fundamento y arrojo, de las que no se arrugan ante los grandes emporios, habría sacado adelante esa ley que trata de impedir que a la edad en que los chicos iban a la mili tengan ahora el delirium tremens, ese mal rollo de insectos que le vuelven loco a uno si uno ha estado agarrando cogorzas desde los doce años. A ver si no pasa lo mismo con la disposición que se anuncia para que no disfruten del sello de denominación de origen de jamón ibérico, o sea, de bellota, los perniles y las paletas de los pobres cochinos que no han visto una en su vida y a los que, como mucho, les han pintado de oscuro la pezuña para cobrarlo como genuino pata negra. Jamón y vino. Aquí el que se mueva, aquél que intente poner un poco de orden en este inmenso patio de Monipodio, lo lleva, como siempre, crudo.
Rafael Torres.