MADRID 22 Feb. (OTR/PRESS) -
Vivir para ver: se arma un cisco político-mediático de mil demonios porque una joven cántabra ha sido despojada de su título de "miss" por ser madre, pero, en cambio, se considera como la cosa más natural del mundo la cosificación de la mujer en esos concursos, que son, talmente, como los de ganado.
La estulticia imperante, así como el pensamiento antañón y reaccionario que quiere disfrazarse de demócrata y moderno, decide que una de las cláusulas de participación en los aquelarres de misses, la que veda a las madres su presencia en ellos, constituye un agravio comparativo espantoso, pues los padres sí pueden hacer el idiota exhibiendo su cuerpo afeitado y aceitado frente a un público salaz y a un jurado delirante, pero eso de que las muchachas desfilen en bañador y tacones (combinación de estética infernal que bastaría en una sociedad civilizada para generar un reproche social severo) y compitan sobre un escenario para que unos mensuradores de carne humana puntúen su despiece orgánico (cadera, lomo, pierna, pecho, nalgas...), no parece herir su fina sensibilidad igualitaria en modo alguno.
Los concursos de mises son, con o sin madres, un agravio para la mujer en sí mismos, y su supervivencia en estos tiempos, que deberían de ser los de la emancipación real de la mujer en todos los terrenos, los de su liberación del papel de objeto decorativo con que el machismo las ha aherrojado, representa y simboliza, por el contrario, la regresión que sobre el particular se vive bajo una pátina de falso y asimétrico igualitarismo. Contenta debería estar la madre cántabra de no poder ser "miss", y sí, en cambio, cualquier otra cosa que sí se avenga con su dignidad de ciudadana y de mujer, y, desde luego, con los principios básicos del mérito y del esfuerzo.
Rafael Torres.