MADRID 17 Jul. (OTR/PRESS) -
Según la portavoz del Observatorio sobre la Violencia de Género, cinco de cada seis agresores de mujeres son extranjeros, pero dejando momentáneamente a un lado el análisis sobre la veracidad de semejante aserto, conviene reparar en que si en la lucha contra la violencia doméstica, o machista, o sexista, o de género, o como queramos llamarla, se ha avanzado muy poco, en el debido tratamiento informativo e institucional a los inmigrantes no sólo no se ha avanzado nada, sino que se ha retrocedido bastante.
Entre aquellos titulares ominosos contra los que tanto luchamos en su día (por ejemplo: 'Tres gitanos roban en una nave industrial', 'Ecuatoriano detenido por estafa', 'Dos marroquís matan a un vigilante jurado'...) a esto de que cinco de cada seis autores del execrable delito de agresión a una mujer son extranjeros, parece no haber pasado el tiempo, sino hacia atrás en todo caso. Qué fatiga señalar otra vez lo obvio: la nacionalidad u orígen del ladrón, del estafador y del asesino es irrelevante en su responsabilidad penal, lo mismo da que a uno le robe, le estafe o le liquide un español que un extranjero, de modo que acentuar en titulares la nacionalidad del delincuente no hace sino criminalizar a todos los de su nación. Así, radicando la cuestión en el delito cometido y en el airado reproche social que merece, habría que decir que cinco de cada seis agresores son, como el sexto, unos indeseables y unos hijos de Satanás. Y punto.
Ahora bien; si lo que se pretende es exonerarnos de culpa atribuyendo el grueso de ella a los extranjeros, se trata de un intento tan deleznable como inútil: siendo en España donde han cometido el delito, la responsabilidad de perseguirlo, castigarlo y, preferiblemente, evitarlo, es nuestra. Observe mejor ese observatorio: los canallas siguen, pese al aparato legal y mediático montado, apalizando, vejando, matando, a las mujeres.
Rafael Torres