Actualizado 14/06/2012 14:00

Rafael Torres.- Al margen.- La obra muerta.

MADRID 14 Jun. (OTR/PRESS) -

Rajoy y Rubalcaba hablan en el Congreso, cada uno a su manera, de lo difícil que nos resulta a los españoles cifrar con exactitud nuestras posibilidades: el primero dice que no podemos vivir ni gastar por encima de ellas, y el segundo, que los recortes del gobierno se hacen también por encima de nuestras posibilidades... de soportarlas. El primero se abona a la teoría, tan pepera, de extender la responsabilidad de la crisis a todo el mundo, a las personas de a pie, por sus quiméricas pretensiones pasadas de tener un techo propio donde cobijarse, una atención sanitaria digna o a los hijos estudiando carreras universitarias, orillando, si es que no eludiendo, la muy superior responsabilidad de los que como él mismo, que perteneció a gobiernos que hincharon sin medida la burbuja inmobiliaria, han llevado a la gente a la penosa situación en que se encuentra. El segundo, responsable igualmente, en la medida que le corresponde, más o menos por lo mismo, se aventura a situar la línea traspasada la cual ya no hay quien aguante las quitas y las mermas. Pero ninguno de los dos sabe, en puridad, cuales son nuestras posibilidades.

Ningún gobernante español ha sabido nunca, salvo los ilustrados del primer bienio de la Segunda República, cuales son las posibilidades de los españoles, hasta dónde podríamos llegar con un Estado afecto, con una clase política apta y con un ambiente moral, social, económico y cultural saneado. El Estado, y toda su obra muerta de corrupción, de covachuelistas, de galbana y de desidia, ha sido históricamente la piedra atada al cuello del pueblo español, el dogal, el cilicio, el lastre y el muermo de ese pueblo que, siendo en general tan laborioso y honrado como los más avanzados de su entorno, nunca pudo enjugar su lacerante atraso respecto a ellos. Las posibilidades de los españoles son, pudieran ser, infinitas, bien que dentro, como es natural, de los límites humanos, pero recae sobre ellos el estigma, el marrón, de una clase directora tan mezquina, tan inepta, tan ínfima, que ahorma fatalmente a la nación en sus estrechos y deprimentes límites.

Nadie sabe cuales son nuestras posibilidades, más allá de las muy dilatadas, y rebasadas según Rubalcaba, de aguantar lo que nos echen.

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