MADRID 6 Feb. (OTR/PRESS) -
Si en algunos sectores y en muchas personas ha producido consternación el uso sectario que se hizo de los símbolos nacionales, bandera e himno, en la manifestación del PP del pasado sábado en Madrid, lo cierto es que mientras cualquier clase de concentración discurra pacífica y por los cauces del orden, todo vale, por mucho que a los ciudadanos educados y sensibles les horrorice el reguero de insultos tabernarios que quedó esparcido por la calzada tras la disolución de esa marcha que contó, entre otras absurdidades y disparatamientos, con la participación de un grupo denominado Unificación Comunista y con otro ataviado con trajes del folclore tradicional ecuatoriano.
En efecto, la manifestación del sabado contra el Gobierno, la enésima organizada en los últimos tiempos por quienes no se manifestaron ni poco ni mucho contra la dictadura franquista, o sea, los actuales dirigentes del PP, discurrió ordenada y pacífica, de suerte que el respeto a lo que en ella se reivindicaba y a sus participantes debe prevalecer sobre cualquier otra consideración.
Ahora bien ¿demostraron muchos de esos manifestantes el mismo exigible respeto a las instituciones, al presidente del Gobierno y a la mayoría social que por designio supremo de las urnas representan? ¿La utilización partidaria de la bandera constitucional, y no digamos de la franquista que tantos enarbolaban, sugería respeto por quienes, teniéndola como propia en un alarde de concesión conciliadora, no comulgan con el extremismo derechista de los organizadores del guirigay? ¿El uso excluyente de la Marcha Real, actual himno de la nación, fue respetuoso? No lo fue, y pudiera suceder, cual pretenden los estrategas de la tensión y del miedo, que por querer apropiarse de lo que pertenece a todos, la actual cúpula del PP arrastre a un número significativo de ciudadanos, que todavía defienden de buena fe sus convicciones a su lado, a la marginalidad política, al lado de allá de una trinchera inexistente.
Rafael Torres