MADRID 6 Ene. (OTR/PRESS) -
Se sabe, tanto como se oculta, que muchas enfermedades pertenecen al grupo de las llamadas yatrogénicas, que son aquellas provocadas por los médicos o contraídas en los recintos sanitarios. Un equivocado o tardío diagnóstico, un mal tratamiento, una espera fatal, un contagio por seudomonas hospitalarias, la masificación de los Centros de Salud, la impericia de algún profesional, la saturación de las Urgencias, son algunas de las causas de la alta tasa de morbilidad que resulta, paradójicamente, del trato con la Sanidad. En España, y pese a que la Administración y algunos particulares siguen abonados al delirante tópico de que posee el mejor sistema público de salud del mundo, esa triste realidad yatrogénica se desquicia hasta extremos inconcebibles, sobre todo desde que ese sistema se convirtió en algo parecido a la antigua Beneficencia, destinado exclusivamente a las personas sin recursos, o con muy pocos. En unas autonomías más que en otras, pero en casi todas, la Sanidad Pública ofrece en la actualidad una atención paupérrima y un trato indecoroso y despreciativo al usuario, pero lo que ocurrió hace unos días a un anciano en Sevilla, tan revelador de esa situación, rebasa cuanto una sociedad no enteramente estabulada y dormida puede tolerar. Diríase que al viejecillo le mató, literalmente, el Servicio Andaluz de Salud, al margen de lo que en su día resuelvan legalmente los jueces. Tal se desprende del relato de los hechos:
El anciano, de 79 años, acudió el pasado 27 de diciembre a su Centro de Salud, donde se trataba de un cáncer de próstata. No pudo tomar el ascensor, que se hallaba "fuera de servicio", para subir a la consulta, y, concluida ésta, hubo de usar también las empinadas escaleras. Despacito, torpemente, aferrado al pasamanos, hasta que llegó a un tramo donde, faltando éste, el abuelo trastabilló y cayó, escaleras abajo, rompiéndose la cadera. Sentado en una silla, retorciéndose de dolor y sin recibir mayores atenciones, el anciano esperó ¡dos horas! la llegada de una ambulancia, que sólo pudo recoger, cuando se presentó finalmente, a un hombre con los pulmones encharcados que falleció a consecuencia de ello.
Lástima que acompañando a la Ley Antitabaco, o más bien precediéndola, no se haya promulgado una en defensa de la víctimas, de las muchas víctimas, de esa infame Beneficencia.