MADRID 20 Feb. (OTR/PRESS) -
Dos días después de celebrada la consulta popular en relación al nuevo Estatuto andaluz, no se sabe si éste ha obtenido mucho o poco refrendo. ¿Supone la estólida participación del 31% escaso refrendo al Estatuto o, por el contrario, se dio esa participación ínfima porque en su elaboración ya se logró, por amplio consenso entre los principales partidos, la adhesión mayoritaria de los andaluces a su nueva Carta? Pero, en éste último caso, ¿por qué se celebró el referéndum, por mucho que la Constitución obligara a ello? Porque no se trata sólo de que el gasto de esa consulta de previsible resultado podría haberse destinado a satisfacer necesidades más perentorias, que en Andalucía hay muchas, sino que un referéndum en el que participa menos de un tercio del electorado pierde automáticamente el elevado rango de ser la máxima y más directa expresión de la voluntad popular.
Una urna casi vacía es una cosa triste como un mar sin sal, pero más lo es en una democracia que, como la nuestra, ofrece a los ciudadanos pocos cauces de participación política fuera de ella. Supongo que los políticos andaluces estarán a estas alturas preguntándose por su pobre poder de convocatoria, pero, sea como fuere, pues a lo mejor lo que querían era superar el trámite sin más y de cualquier manera, no deja de llamar la atención que en un sistema político como el español tan renuente a los referéndums, a las consultas populares con carácter vinculante sobre el sinfín de cuestiones que merecen ser sancionadas por la ciudadanía sin intermediarios, la forma de Estado monárquica o republicana sin ir más lejos, se organicen éstos en que todo el pescado está previamente vendido, cocinado, zampado y digerido por los comensales. ¿Obtuvo, en fin, poco o mucho refrendo popular el nuevo Estatuto de Andalucía? No se sabe, pero sí que el Referéndum no obtuvo casi refrendo ninguno.
Rafael Torres.