MADRID 30 Oct. (OTR/PRESS) -
Rajoy, el hombre, cree o pretende hacer creer que la izquierda es aquella de los inicios de la Transición que, por diversas y conocidas razones que no hacen al caso, renunció a su esencia ideológica, esto es, a su izquierdismo, y obró como lo habría hecho la derecha, de modo que, consecuente con esa creencia o con ese ardid infantil, ha pedido en Valencia para su partido de derecha el voto de la izquierda, con la que, según sus propias palabras, le unen tantas cosas. Se trata, ciertamente, de un absurdo, de un absurdo más en la incongruente -en apariencia- deriva del PP y del propio Rajoy, que teniendo aspiraciones de gobernar (¿O no todavía, sino mejor en 2012, superada la crisis económica que se prevé coincidirá con la próxima legislatura?), hacen todo lo posible por enajenarse la confianza y el aprecio de los electores no incondicionales (ese centro mítico y acaso inexistente que se disputan con el PSOE) con sus actitudes carcas y extremas. Sin embargo, el hecho de que ese disparate hilarante y pueril de solicitar el voto de la izquierda haya sucedido, encadenado, al vídeo de la bandera y al del primo científico que no ve tan claro que nos estemos cargando la Tierra (y su Mar, y su Aire, y sus recursos), podría revelar un cierto desgaste psicológico que uno, cómo no, comprendería perfectamente.
Es probable que Rajoy pretenda, como el hombre cumplidor que se reputa, hacer y decir lo que sea en la dilatada pre-campaña con el propósito de superar, siquiera con un puñado de votos, el techo electoral del PP, pero sabedor de que ese techo no es de cristal, sino de cemento armado, y de que lo mismo ese mismo impenetrable techo sea el que se le acabe viniendo encima, parece sucumbir, de vez en cuando pero cada vez más, al desaliento, que es una cosa muy humana, demasiado humana, pero que en política, en esa política que se hace en España, acaba teniendo unas consecuencias horrorosas. Esa mezcla en el actual Rajoy de sentimientos e ideas absurdas, ese abandono de la que le elevó en su día (poca resonancia emocional e ideas de ningún tipo) podría acabar granjeándole, si no los votos que busca, sí una sincera y general conmiseración.
Rafael Torres.