MADRID 21 Ago. (OTR/PRESS) -
Lamentablemente, Georgie Dan ha derivado hacia el nihilismo y la misantropía, y no podemos esperar que le dedique una de sus alucinantes canciones del verano al tiburón. Ese radical y explícito "Me cago en tó" con que nos sorprendió éste año, renegando de la barbacoa, del chorizo parillero, de la duchita y, en fin, de tó, le aleja, ciertamente, de la glosa y de la apología de lo más abyecto, hórrido y horrísono del estío, de modo que no va a poder sumarse al grupo de los que andan fastidiando al tiburón de Tarragona, ese pobre animal extraviado al que quieren capturar las autoridades y los biólogos para que no asuste a los bañistas y para hacerle experimentos respectivamente.
Reconozco que cuando conocí a Georgi Dan iba cargado de prejuicios, pero su amable condición personal y el hecho de que ha proporcionado trabajo a tres generaciones de bailarinas (de las que le acompañan hoy, alguna debe ser ya la nieta de una de las primigenias del "Bimbó") modificaron mi opinión sobre el personaje e incluso sobre su obra, que siendode un crudo realismo tenía acabar, si no gustándome, sí seduciendo mi lado más oscuro. Siempre he recordado sus protestas de inocencia, "Con la música no se hace daño a nadie", pero aunque lo suyo no es música exactamente, sí es cierto que este hombre no ha hecho mal ninguno. Es más; hoy, que podría hacerlo dedicándole una de las suyas al tiburón ("El tiburón,eh, eh; el tiburón, ah, ah...", se abstiene de añadir oprobio a la vida de ese dulce animal que a punto está, si no espabila, de perder el bien más preciado, la libertad. Viva el tiburón. Viva Georgie Dan.