MADRID 5 Jun. (OTR/PRESS) -
En España, como se sabe, el verbo dimitir se conjuga poco, salvo en su acepción eufemística de destitución o cese. "Fulanito ha sido dimitido", se dice del que ha sido removido a la fuerza de su cargo, pero Rafael Simancas, candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid el pasado 27-M y hasta ayer mismo jefe de la oposición socialista en la Asamblea regional y secretario de la Federación Socialista Madrileña, ha dimito de todo sin necesidad de que nadie le dimitiera. Bueno, de lo primero, de postulante a la presidencia de Madrid, sí que le dimitieron los votos que no tuvo, pero de lo demás se ha marchado él solo, y yo creo que el pundonorso político se ha quedado más tranquilo que un pueblo.
Habrá que recordar a Rafael Simancas, si no como el político victorioso, sí como aquél al que un complot de raíz inmobiliaria le robó la victoria. El "Tamayazo", aquella traición de dos miembros de su partido y de su lista por causas que si no se llegaron a desvelar en la Comisión, ojalá algún día desvele la Justicia, constituyó no sólo un duro golpe para el hoy dimisionario, y, desde luego, para la ciudadanía madrileña a la que secuestraron su voluntad y su designio, esto es, su voto, sino uno de los episodios políticos más escandalosos desde la muerte de Franco.
Sin embargo, el alma luchadora, grande, de ese Simancas de corta estatura, perseveró cuatro años más (con la ofensa clavada) con el objetivo de recuperar, para él y la ciudadanía, lo robado, pero si estaba preparado para ese imposible, no lo estaba para seguir soportando el sindiós de su propio partido en Madrid, donde todos son novios del triunfo, pero ninguno del fracaso, como, por lo demás, ocurre en todos los órdenes de la vida. A Rafael Simancas, que va a ser padre próximamente, cabe desearle, por haber luchado y haber sabido conjugar el verbo dimitir, toda la suerte y la felicidad que en política, en la política de éste difícil país, no tuvo.
Rafael Torres.