MADRID 26 Oct. (OTR/PRESS) -
También son ganas de complicarse la vida y de discutir por nada. La polémica que algunos quieren montar con ocasión de las beatificaciones de los mártires españoles de los años 30 del siglo pasado en España es una polémica completamente falsa y sin fundamento. Los discutidores, a quienes no les ha gustado nada esta ceremonia que se celebrará en el Vaticano el domingo, dan dos clases de argumentos: primero, que la Iglesia católica está provocando la división y el enfrentamiento entre españoles recordando ahora aquellos hechos espantosos. Segundo, que por qué la Iglesia católica no beatifica a los curas vascos asesinados por los franquistas.
Lo primero revela que los discutidores no se han leído nada de lo que pasó. Porque lo que pasó fue que todos los mártires ahora en los altares murieron pidiendo a Dios que personase a sus asesinos, y perdonándolos ellos también. No hay, pues, voluntad de enfrentamiento ninguno. Y si apareciese alguien pidiendo venganza, cosa que por cierto no ha ocurrido, entonces estaría desobedeciendo a la Iglesia, y yo mismo me pondría al frente de los que censurasen semejante actitud.
Lo segundo es un disparate. La beatificación de un mártir por la fe es un acto de la Iglesia católica en relación con aquellas personas que perdieron violentamente la vida precisamente por defender su fe. Recientemente, por ejemplo, algunos misioneros fueron asesinados en África, pero las investigaciones revelaron que los asesinos eran ladrones salvajes que iban a robar. Aquellas muertes son, cómo no, motivo de muy hondo dolor de la Iglesia, pero las circunstancias de los asesinatos no permiten que se abra ningún proceso de beatificación por martirio, aunque lo más probable sea que, en efecto, esas víctimas de los ladrones estén en el cielo por haber llevado una vida llena de amor a Dios. Pero no son mártires, qué le vamos a hacer.
Para mí tengo que los discutidores, en realidad, lo que quieren es armar bronca y arrearle a la Iglesia, como, por otra parte, suelen hacer con ocasión o sin ella. Bueno. Pero eso, como decía el tabernero de "Irma la dulce", es otra historia.
Ramón Pi