MADRID 7 Sep. (OTR/PRESS) -
La noticia saltó de las ondas a las televisiones, de las televisiones a la calle, de la calle a los hogares, y de ahí a estar en boca de medio país, pese a que nada nuevo apunta a una posible separación de Don Jaime de Marichalar y la Infanta Elena. Es más, me atrevería a diagnosticar que en ese aspecto el panorama lo tienen bastante despejado, ya que ningún nubarrón se cierne sobre sus cabezas, lo que en modo alguno quiere decir que sean una pareja modélica ni idílica. Como muchas otras tienen días mejores que otros, discusiones que acaban en nada, porque aunque Doña Elena tiene un carácter fuerte lo cierto es que ambos se han amoldado a las circunstancias que les rodean, por muy duras que éstas sean.
Quienes conocen bien a Doña Elena dicen que no vislumbran una posible separación.¿Por qué? Porque es muy religiosa y porque tiene un gran sentido de la responsabilidad. Y aunque la vida le cambió el día que su marido sufrió un ictus, también es cierto que ha estado a su lado en todo momento. Claro que no es fácil para una persona joven ver como el hombre al que amas pierde facultades físicas, le cambia el carácter, pero no por eso le vas a abandonar a su suerte.
Quienes apuntan a una inmediata separación lo argumentan mostrando las imágenes veraniegas de Don Jaime en las playas mallorquinas, separado del grupo familiar, con el ceño fruncido, y el semblante triste. No soy psicóloga pero cualquiera en su lugar estaría más o menos igual. Desde hace años los duques de Lugo pasaban parte de sus vacaciones en compañía de sus dos hijos, en los Estados Unidos, donde disfrutan de privacidad. Este año no han podido ir porque las circunstancias recomendaban que toda la familia, sin excepción, estuviera en Palma de Mallorca, rodeados de niños, apoyando a los Reyes, aún a sabiendas de que iban a ser objeto de deseo por parte de fotógrafos y cámaras de televisión.
Algo a lo que no terminan de acostumbrarse la mayoría de los miembros de la Familia Real, pero muy especialmente Don Jaime de Marichalar, por razones que cualquiera con un poquito de sensibilidad le resultara fácil de entender. Al duque no le gustan los deportes de agua, creo que ninguno, y tampoco esta en condiciones de dar patadas a un balón, o de saltar del Fortuna como si fuera un delfín. Prefiere el mundo de la moda, las tertulias con escritores o periodistas que le respetan y le quieren. Amistades que no molestan a la Infanta, aunque ella no las frecuente, no se si por prudencia o simplemente porque se divierte más con las suyas propias.
También me constan los esfuerzos que ha tenido que hacer el marido de la Infanta para recuperar la movilidad, lo doloroso que ha sido que pudiera andar y hacer una vida más o menos normal. Cómo le ha ayudado la Infanta en los momentos en que le fallaban las fuerzas, y cómo le sigue ayudando, ahora que ha mejorado visiblemente, y pese a que tienen caracteres muy diferentes, pues mientras a él le gusta trasnochar, ella prefiere acostarse pronto y levantarse muy de mañana para llevar a sus hijos al colegio. La Infanta se apoya mucho en la condesa de Ripalda, madre del duque, con la que mantiene una muy buena amistad.
Dicen que el tiempo se encarga de poner las cosas en su sitio, esperemos que en este caso sea así, porque de lo contrario les van a volver locos.
Rosa Villacastín.