MADRID 8 Jul. (OTR/PRESS) -
Vaya por delante que Bernat Soria es uno de los científicos más brillantes de este país. Un investigador prestigioso y admirado internacionalmente. Un hombre ético, valiente y con las suficientes convicciones como para llevar a cabo un trabajo de laboratorio que pretende salvar vidas humanas aplicando técnicas pioneras. Dicho todo esto y, precisamente por todo lo anterior, es más que discutible encargarle la tarea de gestionar un Ministerio, con casi todas las competencias trasferidas a las Comunidades Autónomas y con cuatro meses de tiempo real antes de que, en enero, Zapatero disuelva las Cortes y convoque elecciones.
Se va a apartar de su importante trabajo de laboratorio a un hombre formado en Estados Unidos (donde por cierto sus trabajos sobre la aplicación de células madre embrionarias para el tratamiento de la diabetes contaron con el apoyo y los fondos que no le dio el Gobierno de Aznar); a uno de los pocos investigadores con que cuenta la ciencia española tan atrasada, con tan poco respaldo político y social. Herederos todavía de dos fatídicas frases: "¡Que inventen ellos!" y "¡Muera la inteligencia!", seguimos a remolque de Europa y que decir de Estados Unidos en un momento en el que la ciencia avanza a velocidades de vértigo. No es pues el tiempo de perder ningún científico por el camino y menos después de haber conseguido aprobar la ley que ha permitido a Bernat Soria regresar a España y dirigir el Centro Andaluz de Biología Molecular.
Si, lo que se ha pretendido con el nombramiento, es impulsar el imprescindible apoyo a la investigación, con leyes, decretos, financiación.... y que la apuesta por el famoso I+D+I deje de ser una coletilla que se cita siempre para quedar bien, podía haber esperado Zapatero a la próxima legislatura (si gana las elecciones) para que Soria tuviera cuatro años por delante y realmente pudiera hacer algo. Con el Congreso de los Diputados de vacaciones parlamentarias hasta septiembre, y luego la campaña, al científico se le va a utilizar más como reclamo de cartel electoral que como ministro. Y no está la ciencia para despilfarros.
Lo mismo podría decirse de César Antonio Molina, un buen gestor del Instituto Cervantes que ha conseguido, sin grandes alardes, que un institución que representa nada menos que al español en el mundo y la cultura que rodea nuestra lengua tenga cada vez mayor presencia y prestigio internacional. También aquí cabe preguntarse si para calmar las alborotadas aguas del mundo del cine y volver a conseguir su poyo electoral merecía la pena desvestir a un santo para vestir a otro.
Victoria Lafora