MADRID 8 Nov. (OTR/PRESS) -
Apenas si el cruce televisivo de los candidatos nos redime del tedio de una campaña electoral a la que le quedan 10 días hábiles. Lo demás son habas contadas. Desde las estrategias hasta el desenlace, pasando por unos argumentarios perfectamente previsibles.
En cuanto al candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, todos los dardos se concentran en la localizadísima franja de ex votantes socialistas de innegociable tendencia a quedarse en su casa el día del aniversario de la muerte de Franco, que este año coincide con unas elecciones generales, como repito tantas veces para que nadie se despiste.
Y por lo que se refiere a Mariano Rajoy, candidato del PP, que es la derecha de siempre blanqueada por la feliz recuperación de la Democracia en 1978, es evidente que trata de no hacer olas frente a un electorado propio cuyo índice de fidelidad alcanza el 90 por ciento. Parco en propuestas, generoso en intenciones y sin ninguna necesidad de correr riesgos. Le basta con contar los días que faltan, y que a él ya le sobran, hasta el momento de la verdad, esa noche electoral del 20-N que se avecina como la del hundimiento de un PSOE devorado por la crisis económica.
Lo cierto es que mientras el destino de España se juega en los mercados de la deuda, en las instituciones internacionales y en dos o tres cancillerías, la inmersión en la campaña electoral o la campaña electoral misma es como tirar piedras a la luna. Por eso resulta inevitablemente perezoso cualquier acercamiento al contraste de programas y estrategias electorales.
Al margen de las coincidencias, Rubalcaba insiste en la necesidad de tomar el camino de la izquierda para salir de la crisis económica. O sea, subir los impuestos a los más ricos como resorte para crear empleo y financiar los servicios públicos. Dejando aparte las toneladas de voluntarismo en la fijación del objetivo central, la lucha contra el paro, el programa del PP habla de rebajar impuestos y tomar medidas orientadas a abrir por dentro las puertas del sector público al capital privado, aunque el equipo de Rajoy niega la mayor y apela a imperativos de racionalización, no de debilitamiento del Estado.
De todos modos el propio Rajoy ya nos ha advertido de que su programa, desarrollados en 407 puntos, no es un catálogo de promesas sino un listado de tareas. "No prometeré nada que no pueda cumplir", decía hace unos días. Lo cual me trajo a la memoria algo muy parecido pero en boca del otro aspirante al trono de la Moncloa. Con motivo de su solemne proclamación como candidato socialista, el pasado 9 de julio, Rubalcaba se expresó en estos términos: "No me voy a comprometer a nada que no me sienta capaz de cumplir". ¿Inesperado ataque de sensatez en ambos o fogonazos verbales propios de una campaña tan aburrida como ésta?