MADRID 21 Oct. (OTR/PRESS) -
En mal momento le roban a Francia las joyas de la Corona. Y las de la corte de Napoleón, que viene a ser lo mismo. Un trazo más del deprimente cuadro político de un país partido en dos por descrédito de la centralidad que representa un Macron atenazado a izquierda y derecha.
Pero, atención, no es Enmanuel Macron el que se tambalea. Es el régimen de una V República venida a menos en medio de una polarización que hace imposible la gobernabilidad. A un lado, las patrióticas ambiciones de Marine Le Pen (Agrupación Nacional) y su desestabilizadora propuesta de la "Europa de las naciones", muy del gusto de Vladimir Putin. Y al otro, el radicalismo progresista de Melenchón (Francia Insumisa).
El robo y la centralidad desbordada son algo más que incidentes del recorrido, pues el fondo del problema es de carácter existencial más que político. De hecho, Macron ha asociado el asalto al Museo del Louvre con un ataque al patrimonio y la historia del país. Y de ahí que muchos medios de comunicación hayan presentado el atraco como un golpe a la "grandeur", no compensado con la reconstrucción de Notre Dame y los Juegos Olímpicos de París.
Lo explicaba muy bien el historiador francés Benoit Pellistrandi cuando hablaba de "La Francia desnortada" (El Mundo, diciembre de 2024): "Francia es un país pesimista que ha perdido el hilo de su relato nacional. Ya no somos una nación universal, ya no dominamos en Europa. Nuestra identidad está en crisis".
O sea, algo bastante más grave que la crisis de deuda y déficit públicos disparados que pone en peligro la continuidad del Estado del Bienestar. Mejor explorar la causa de sus males en ese discurso de la extrema derecha francesa que augura la conversión de Notre Dame en una mezquita a la vuelta de cincuenta años.
En otras circunstancias, nadie hubiera entendido que la "grandeza" de Francia se resentiría por culpa del atrevimiento de unos cacos que han desafiado a la luz del día los sistemas de seguridad del museo más visitado del mundo. Sistemas que, según la ministra de Cultura, Rachida Dati, se han quedado anticuados frente a las nuevas formas de criminalidad. Y no menos anticuados que unos marcos jurídico-políticos (más cerca del presidencialismo que del parlamentarismo clásico) tan disfuncionales como para hacer desfilar por el palacio de Matignon a cinco primeros ministros bajo mandato de un mismo presidente de la República.
Y todo eso no se arregla con culpar a los extremos (Le Pen y Mélenchon) de "elegir el desorden", que es la excusa de un líder (Macron) con el capital político agotado en una Europa también encogida, dicho sea de paso, frente a los poderes reales que están moviendo el mundo en una especie de retorno a la ley del más fuerte.