MADRID 22 May. (OTR/PRESS) -
No niego las ventajas mediáticas del paseo en barco de nuestro presidente, Mariano Rajoy, y la canciller de Alemania, Angela Merkel. En una crisis de intangibles (la confianza) como la que nos agobia, la foto dominante en todas las portadas de la Prensa española del lunes debe servir al menos como reactivadora del tono vital de una opinión pública desalentada por las malas noticias y de un Gobierno a la espera de que la Unión Europea nos ayude porque aquí ya no damos más de sí.
Sin embargo, me parece que se están exagerando los resultados tangibles, mesurables, contantes y sonantes del encuentro Rajoy-Merkel del domingo pasado si nos atenemos al consabido sistema de pesos y medidas que venimos aplicando al seguimiento de la crisis económica en España. De momento, en la apertura de los mercados de este lunes la prima de riesgo volvía a subir y la Bolsa (nuestro zurrado Ibex) volvía a bajar. O sea, que no ha debido ser tan determinante la pregonada conformidad de Merkel con la agenda reformista de Rajoy y con la sed de transparencia del Gobierno español.
El barco parecía el camarote de los Hermanos Marx. No me imagino a Rajoy y Merkel acorralados por traductores, fotógrafos, cámaras de televisión y traductores (ni Merkel conoce el español ni Rajoy el alemán) y los miembros de sus respectivos equipos ocupando el escaso espacio restante, tomando decisiones o comentando la jugada. Si de ahí sale una foto con efecto placebo sobre el alicaído estado de ánimo de los españoles, bienvenida sea la foto. Pero que no se moleste Moncloa en contarnos milongas sobre el repentino entusiasmo de Merkel por el rumbo de nuestra economía o el inesperado avance de España en el cuadro de las relaciones de poder a escala internacional.
La realidad se empeña en mostrarnos una cara bastante más desagradable. La que nos deja en manos de dos auditoras externas en las que Bruselas y los mercados confían más que el Gobierno para conocer el verdadero estado de la Banca española. Sabemos que se está intentando su saneamiento por cuarta vez desde que estalló la crisis económica y eso quiere decir que por lo menos en tres de esos intentos nos hemos equivocado.
Tampoco mejora mucho nuestra imagen estar pendientes de la próxima visita de dos inspectores de Bruselas, pues la UE tampoco se acaba de fiar de las cuentas regionales, que vienen comisionados para averiguar si todavía quedan trampas en la cifra del déficit público.
Y por si fuera poco, el Gobierno, empezando por el propio presidente Rajoy, nos viene colocando últimamente el mensaje de que España ya ha hecho todo lo que estaba en su mano. Mensaje políticamente desalentador porque deja flotando en el aire la idea de que el concepto de soberanía nacional se está deteriorando a marchas forzadas, de modo que importa más lo que decida Merkel que el contrato del Gobierno Rajoy con los españoles.