MADRID 6 Abr. (OTR/PRESS) -
El Gobierno de España ha reactivado las relaciones con el régimen de Fidel Castro que llevaban congeladas desde que José María Aznar impulsó el cambio en la posición común de la Unión Europea con Cuba para referirla a la política de aislamiento que lleva practicando Estados Unidos desde hace casi medio siglo. Si la diplomacia es el arte de acercar los objetivos desde el imposible de las diferencias, es claro que lejos de Cuba no se puede ni colaborar ni influir en su futuro político. El Gobierno ha tomado una opción arriesgada pero acertada.
Es arriesgada la política emprendida por José Luis Rodríguez porque el PP acecha para aprovechar cualquier contrariedad en una clave que tiene mucho rédito porque el camino emprendido de diálogo crítico es muy inestable y tendrán altibajos notorios en su recorrido.
Es acertada porque el momento elegido es de cambios inexcusables en Cuba derivados del hecho sucesorio que ya se ha puesto en marcha y cuyo ritmo, alcance y contenidos es lo que está por dilucidar. Frente a esta realidad, como en casi todos los órdenes de la vida, hay dos actitudes posibles: utilizar las dificultades para torpedear cualquier avance hacia las coincidencias o tratar de acomodar las discrepancias para que el resultado final no quede imposibilitado por cada situación compleja.
El PP está aliado con las más duras tesis norteamericanas y es partidario de una política de cerco medieval en la que el apoyo simbólico a la disidencia interna es el único bagaje de esa estrategia. Ese camino no conduce a ninguna otra parte que al aislamiento. La experiencia que se desprende de la política norteamericana debiera dar por sabida esa lección. ¿Por qué seguir un camino que no conduce a ninguna parte?
El Gobierno español por primera vez en mucho tiempo ha hecho una apuesta clara por una política concreta en la que tampoco hay equívocos para nadie porque en la agenda bilateral está la situación de los derechos humanos en Cuba y el régimen de este país se ha comprometido a dialogar sobre estos extremos. En esos términos, en principio, el Partido Popular tiene bastante difícil la algarabía que le gustaría.
Carlos Carnicero