Publicado 24/10/2013 12:00

Fermín Bocos.- Fractura social

MADRID 24 Oct. (OTR/PRESS) -

Tengo para mí que el aspecto más inquietante de cuanto está sucediendo en Cataluña es el riesgo de fractura social. El riesgo de enfrentamiento, en las múltiples secuencias de la vida cotidiana, entre partidarios y detractores de la independencia. Es el peor de los efectos del desafío o deriva soberanista que impulsa como objetivo político principal el presidente de la "Generalitat", Artur Mas. La recluta para la causa independentistas del grueso de los medios de comunicación radicados en la comunidad (los públicos y buena parte de los privados), coloca en la mayor de las orfandades a los ciudadanos que quieren seguir siendo españoles bajo el amparo de la Constitución.

Visto que la hoja de ruta anunciada por Artur Mas (celebración de una consulta sobre el "derecho a decidir") y que el aviso de Duran Lleida acerca de una eventual declaración de independencia por cuenta del "Parlament de Catalunya", serían dos actos claramente ilegales, no parece aventurada decir que en términos prácticos la cosa no irá más allá porque ambas iniciativas toparán con la justicia. Y, en consecuencia, serán desactivadas.

Pero la cosa no quedará ahí porque lo que restará es el hecho político y la herida y el enrarecimiento de la convivencia entre ciudadanos. Entre vecinos e incluso amigos que hasta hace unos años vivían en armonía sin otros sobresaltos que los que jalonan la vida cotidiana. El Estado no se romperá, Cataluña no se separará del resto de España, pero la fractura social está servida. Será la secuela más indeseable de todo el proceso orquestada alrededor de la ambición de poder de un grupo de políticos que han llevado a la sociedad catalana a un estadio de exaltación sentimental que se aleja de racionalidad que, como esencia de la democracia, debería presidir toda acción política.

Por desgracia, no es así. Es evidente que en los últimos tiempos la cosa ha ido muy lejos y han sido demasiadas las voces empeñadas en demonizar lo "español". Hasta tal punto que en la otrora tolerante, culta y abierta sociedad catalana se ha instalado el virus de la intolerancia. Virus que genera un fenómeno social tan abominable como peligroso: la exclusión del otro; el señalamiento de aquellos que no comparten la idea dominante. Como digo, se ha ido ya muy lejos. Tanto que bien podría decirse que estamos en aquella fase que le da la razón a Ernest Renan cuando definió la nación y su criatura, el nacionalismo, como la ideología de un grupo de gente unida por una visión equivocada del pasado y el odio a sus vecinos. Mal rollo. Mal asunto.

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