Publicado 20/01/2021 08:02

Fernando Jáuregui.- De nuevo, la guerra fría

MADRID, 20 Ene. (OTR/PRESS) -

La toma de posesión de Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos no es algo inédito por el modo en el que se produce, con un Capitolio y un Washington tomados, como si fuese el aeropuerto de Saigón, por las fuerzas del orden: abre sin duda una nueva etapa de deshielo entre el país más poderoso del mundo y una mayoría de capitales europeas, hartas de los modos y los excesos de Donald Trump. Y es bastante posible que inaugure también una nueva era de 'guerra fría' con Moscú, más lanzado que jamás a los delirios antidemocráticos de Vladimir Putin.

El 'caso Navalni', el opositor que, nada más regresar a Moscú, fue detenido, juzgado en una comisaría sin poder apelar antes a su abogado y condenado a prisión por tiempo incierto, demuestra cómo se las gasta el 'zar Putin' con quienes se atreven a replicar sus formas dictatoriales. Una conducta que lógicamente ha de ser repudiada por Occidente, especialmente tras las más que fundadas sospechas de intromisión de los 'hackers oficiales del Kremlin' en los asuntos europeos y norteamericanos. Eso es algo que, con Trump, podía haber sido el juego perverso de dos pícaros, pero que no ocurrirá con Biden. Por deficientemente que lo haga, el nuevo presidente norteamericano no podrá hacerlo tan mal, desde cualquier punto de vista que se mire, como su antecesor. Y eso incluye restañar las heridas que Trump infligió a Europa.

Es esa Europa que se reconstruye de los estragos de la pandemia que ha afectado al Viejo Continente (y a América) más que a Asia y, previsiblemente, aunque faltan datos, más que a Africa. La UE, en estas semanas de pasión por la pandemia, ha afrontado importantes cambios políticos en Italia, Países Bajos y Alemania, donde la canciller Merkel ha logrado colocar a su sucesor (de momento, solo en el partido), Armin Laschet, como una pieza clave en el futuro de la reconstrucción europea, donde jugará un gran papel sin duda la presidenta de la Comisión, la también germana Ursula von der Leyen. No cabe otro remedio: el tren de la Europa Unida tendrá una locomotora germano-francesa, y esa vía ferroviaria tendrá que tomar un avión constante al 'nuevo' Washington, libre de los tipos disfrazados de búfalos.

Las cosas, así, sospecho que van a volver a ser lo que eran en los años setenta, donde los bloques estaban claros: Occidente era un referente de valores y prioridades económicas, y el Este era, simplemente, 'otra cosa', como aprendimos quienes estudiábamos Derecho internacional antes de la caída del muro de Berlín. Un muro que, gracias a Dios, ya no existe: se ha trasladado algo más al Este, a esas inestables repúblicas que lindan con la voracidad rusa.

Dijo el papa Francisco, y no fue desmentido ni por la canciller Merkel ni por el entonces presidente Obama, tres figuras que para mí representan la sensatez, pero sobre todo la buena información, que el mundo se ve inmerso en una peculiar tercera guerra mundial, sin bigotillos ni botas ni bayonetas. Pero sí con un éter poderoso, que es donde se libran las batallas, a las que China tampoco es ajena. Este mundo es en el que la va a tocar lidiar a Biden, que no es precisamente un nativo digital. Tango para mí, y además espero que as ocurra, que Biden volverá a las viejas alianzas europeas (ya veremos lo que ocurre con el Reino Unido donde alguien tan esotérico como Boris Johnson ha sentado sus despeinados reales), irritando así al oso ruso, que quisiera una Europa desunida, caótica, débil.

Eso, un fortalecimiento de los lazos EEUU-UE y una cada vez mayor cohesión en Europa, les guste a no a los populistas euroescépticos, creo que es lo que debería ocurrir y lo que ocurrirá. Por eso, este miércoles, para mí, es un día de bendición: Dios bendiga a los Estados Unidos de América... con Trump bien lejos del poder. Y si puede ser que el ex presidente vaya a donde merece estar, mejor.

Fjauregui@educa2020.es