MADRID 13 Oct. (OTR/PRESS) -
Hay preguntas flotando en el ambiente, y que se plantearon en los corrillos en la recepción del Palacio real, cuya respuesta importa, y mucho, a los españoles. La primera: ¿se verán las caras Donald Trump y Pedro Sánchez cuando, este lunes, coincidan en Sharm El-Sheik para asistir a la firma del acuerdo de paz para Gaza? Nada confirma que vaya a producirse este encuentro bilateral, incómodo para ambos, y lo más probable es que todo quede en un saludo protocolario. Pero ¿y si no es así?
Sánchez acude a Egipto en el peor momento de las relaciones entre España y los Estados Unidos, pocos días después de que Trump no solo insinuase, sino dijese claramente, que habría que echar a nuestro país de la OTAN. Algo jurídicamente imposible, pero ¿qué es la imposibilidad legal para alguien como Trump? Sin duda, el habitante de la Casa Blanca puede, si se empeña, producir grandes males a nuestro país, mientras que a él la hostilidad de un tal Pedro Sánchez le importa bien poco. Eso es algo que, acabada la guerra genocida avivada por Israel, la diplomacia española tendrá que superar.
Comenzará de este modo una semana tensa para un Sánchez metido en un barril de pólvora, pero que este domingo se mostraba muy seguro de sí mismo ante quienes lo acosaban a preguntas en la recepción real por el 12 de octubre. Porque lo de Egipto, un viaje al que fue invitado y se apuntó a última hora, no será sino el comienzo, la punta internacional del iceberg. Al fin y al cabo, en el plano nacional, los viejos demonios de la corrupción en el ámbito socialista siguen ahí, aguardando el regreso del presidente para que este siga desde su despacho en La Moncloa los avatares de las comparecencias de Koldo y Abalos ante el juez. A Sánchez le va mucho en ellas.
Por ejemplo: ¿decretará el juez el encarcelamiento 'provisional' de ambos, como decretó el de Santos Cerdán? Hay hipótesis para todos los gustos acerca de lo que pueda o no ocurrir este miércoles y jueves cuando primero Abalos, luego Koldo García, comparezcan ante el juez instructor del Supremo. Y ello, encima, al día siguiente de que desde el Consejo de Ministros se pretenda una reforma constitucional para facilitar el aborto, última batalla, por ahora, para dividir a las dos Españas. Que no falte de nada.
¿Se romperá, con las declaraciones en sede judicial, el 'pacto de no agresión' que, mal que bien, viene funcionando hasta ahora entre Abalos y Koldo? Esa ruptura daría lugar a revelaciones hasta ahora inéditas que podrían afectar a terceros, o incluso a la calificación de la financiación del PSOE y, por tanto, a la estabilidad del secretario general del partido, que es, además, presidente del Gobierno. Eso, para no hablar ya de algún informe de la UCO que, a la espera de aterrizar, sobrevuela sobre la actualidad y sobre la cabeza de algún ministro.
Así que ya ve usted: para bien o para mal, el protagonismo de Pedro Sánchez está esta semana, de nuevo, garantizado. Mucho más allá, desde luego, de las respuestas que dé a las inocentes preguntas que la oposición le hará en la sesión de control parlamentario del miércoles. Sánchez sabe evadir bien cuestiones como la que le plantearán Feijoo ('¿cree que España tiene un presidente del Gobierno decente'?) o Abascal, el gran ausente de la recepción real ("¿por qué protege a los delincuentes?"), o incluso Rufián, quizá la más pertinente e impertinente: "¿qué cree que puede acabar con su Gobierno?". Eso: ¿qué puede acabar con el Gobierno de Pedro Sánchez? Cuántas preguntas, Dios mío.